No saben
que están muertos.
Te recuerdan
que igual tú también
eres un fantasma.
Y deambulan
por los pasillos vanos
de las casas,
las bibliotecas,
las alcantarillas,
en medio de las calles
de ciudades y pueblos.
Te los encuentras
donde no esperaste,
doblando alguna esquina
o en los parques.
No saben
que están muertos,
y te miran con ojos
que salieron de otro mundo.
Te miran con sus ojos
como ratas
buscando un asidero
discontinuo
en las ranuras turbias
de tus párpados.
Y tú no los conoces.
Tú no los reconoces.
Los ves hablando
a solas con su sombra.
La chica guapa,
reina de la fiesta,
lanzándole improperios
a la báscula.
Aquel amante contrariado,
vuelto anónimo esqueleto
de su torre.
Presos de sus errores,
muertos-vivos.
No levantan el ruido
ni la tierra
cuando la pisan
con sus pies apóstatas.
El dramaturgo
con su vana poesía,
fingiendo que vomita
tempestades,
Mil ojos vomitando
y todos ciegos.
Bocas selladas
de vergüenza pura.
Pasean por la calle
los fantasmas,
ojeras verdes
de amargor de siglos.
No saben
que están muertos.
Te recuerdan
que igual sobreviviste,
cuando al fin
te cosiste las alas.
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