Las fiestas, el carnaval y sus máscaras, están estrechamente unidos a la vida de Solana, que nació en uno de esos días de celebración, y alguno de cuyos más negativos recuerdos de infancia están vinculados a esas celebraciones. Busca a través de ellos la representación de la muerte, el dolor y la desmitificación de los personajes, convirtiéndose este tema en uno de los más frecuentes de su obra escrita y pintada.
Quizá, como reacción a la realidad circundante, Solana se deleita con el mundo de las máscaras. Son máscaras irónicas, fantásticas y grotescas, que recrea magistralmente y donde entremezcla personajes reales, como la mujer y el militar, con las destrozonas, un adulto y dos niños, que resaltan por el color brillante y rico de sus atuendos.
Son siempre figuras en silencio, detenidas en el tiempo, portadoras tanto de un farol y campana para viáticos y extremaunciones, como de escobas, soplillos o zorros para el polvo. Con una perspectiva frontal, dispone diversos planos que cubren la composición, recortada sobre un paisaje seco, inerte e incluso descarnado con un único árbol. Y en el centro, quizás como un homenaje al vino, la figura del militar, máscara en mano, bebiendo directamente del pellejo.
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