sábado, 29 de enero de 2022

CUENTOS MÍNIMOS: NÁUFRAGOS DE LA VIDA


Le advertí que para el carné de patrón de yate mejor un curso presencial y ella que no, que ahora la formación online es lo “trending topic”, que además cuesta menos, por economizar. Y luego pasó que nos pilló una tormenta en alta mar, y ella con el móvil sin batería y ahora cómo le pregunto al tutor qué se hace en estos casos, se excusó. Total, que nos tuvimos que morir rapidito porque del yate, nuevo de trinca, quedaron apenas los dos botes salvavidas que, vaya retintín, no salvaron la nuestra. Al menos nos sirven para pasear por las tardes por este mar en blanco y negro, donde no hay horizonte y los peces están más tiesos que nosotros. Y yo que le digo que cabemos juntos en la misma barca, por economizar, y ella que no, que cada uno en la suya.

Creo que me guarda rencor por algo, pero no está por verbalizarlo. Solo me habla para corregirme con palabras pedantes diciendo que no estamos muertos, que qué vulgar, y que se dice que estamos finados o que hemos sucumbido. Luego si le digo que me están sucumbiendo las uñas de los pies me llama hortera, que lo que me pasa es que se me están pudriendo con tanta humedad, y que no la insulte que no es pedante, que si habla con lenguaje ampuloso es porque hizo un curso de escritura creativa. Online, claro. Pues a mí no me quedan uñas pero a ella se le cae el pelo y le canta el aliento, y no se lo digo para no agraviarla, porque ella será una fenecida ampulosa pero yo soy un fiambre con educación. Solo algunos días se la ve más cariñosa, parece que añora cómo éramos en vida. Entonces me pone ojitos, estira el brazo y yo, que aun la quiero, me siento como en el cielo al cogerla de la mano.

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