Desde nuestra hermética quietud
aprendemos a merecer
vernos respirar
mientras nos seguimos
defendiendo de la vida,
esquivamos las verdades
que han ido amontonándose
y fingimos trayectorias
medidas evitando detenernos
a velar los cadáveres cálidos
que acuden a pudrirse
a la lumbre del pasmo
o al refugio del grito.
Nos falta equilibrar la proporción
de nuestras imprevisibles
convulsiones
para colmar al fin
el apetito de sentido.
Nos sumergimos
en una combustión mínima
que permite la sublime
transformación
del ruido en otra cosa.
Y es entonces cuando
morir se vuelve incierto
y cuando enmudecemos
para que la palabra emerja.
Y aun sin atrevernos
a aventurar un gesto
que sirva de pronóstico
nos gustaría pensar
que eso que hemos
visto
pasar
f u g a z m e n t e
siguiendo con la lengua fuera
nuestra estela
era la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario