un verso a tu medida,
solo eso: necesito para ello
tanto si solo en ese verso
bastan siete palabras
como siete días,
que el calendario mida
las semanas con ellas,
y comprendas desde ellas
otro modo de dividirse el tiempo,
que organices tu tiempo así,
según las manecillas
de mi intención como una ayuda,
un refugio contra el tiempo,
las manecillas de mi intención
como un tiempo donde
el tiempo nunca exista,
donde las horas sean
las que tú quieras,
donde no existan horas
si no quieres,
ni rutinas, horarios:
nuestra vida como un inmenso
día interminable,
¿no es acaso todo eso
lo que hago yo al pensarte?,
¿lo que intento hacer?,
¿lo que quiero que hagamos?
Que este hoy
sea el mañana y sea el ayer,
todo.
Tú eres mi tiempo: tú.
Cuando estás y cuando no:
son las tú en punto,
las tú y media:
son las manecillas
que tú quieras ser,
porque eres mi intención,
tú eres todo lo que quiero decirte,
tú eres el tiempo que tengo
y conozco,
que se rompe y se quiebra
como un verso roto
por donde tú quieras partirlo.
Cuando estás, cuando no:
me duelen ambos.
Me duele todo el tiempo
que tú eres.
¿Después de ti,
me quedará tan solo esto,
saber que dueles, que vendrás
conmigo de este modo,
en el dolor?,
¿sólo podré abrazarte
en el dolor?,
¿sólo podré contarte
mis anécdotas
de enamorado en el dolor?,
¿y oír tu risa sólo en el dolor?,
¿esto es lo que me queda
cuando busque
tu número y no llame,
cuando busque
saber que eres feliz,
como hemos sido?
¿Después de ti,
me quedará tan solo
el dolor, tú, que eres mi alegría?
¿Hablar del dolor
si eres la alegría?
Te busqué
durante largo tiempo.
Hoy te sigo buscando aún
cuando no estás.
Hoy, que anuncian el final
de nuestra especie
en redes sociales,
hoy, que un estudio australiano
dice que en el dos mil
cincuenta moriremos todos
por culpa del cambio climático.
Aún queda tiempo, amor,
para extinguirnos,
para pelearnos más,
para más cajas de mudanza
para vernos,
sabiendo que es mentira,
que, en verdad,
cuando leí la noticia pensé en ti
y en nuestros cuerpos juntos
y abrasados
por el calor, la sed,
el hambre, el éxodo climático
y la desesperación.
Imaginé pasar contigo
el fin de mis días
y que tú también quisieras,
¿qué llevaríamos de equipaje?,
¿te enfadarás si olvido
mi cepillo de dientes,
el desodorante, el gel?,
¿qué cosas sin importancia
será importante llevar
para extinguirnos?,
¿qué salvaremos
de una vida juntos?,
¿por qué sigo escribiendo
este poema si está ya
condenado a extinguirse
con nosotros también?
Si me preguntas por qué,
soy incapaz de responderlo,
pero algo hay, sin lógica,
escondido, que me convence,
que me hace ver obvia,
irrefutable, la necesidad
de escribir todo verso
a tu medida.
Por eso te busqué,
para ser alguien habitable
a la medida de esto
que tu corazón supo intuirme,
como un hogar construido
sobre plano.
Ser una urbanización
de los momentos
que compartimos juntos,
que protejo
de estudios australianos,
de peligros de extinción.
Un lugar donde aún viven
nuestros gatos, donde
nos esperan tras la puerta,
impacientes.
Este espacio irá en nosotros
siempre y cuando sea
dos mil cincuenta y uno.
Este espacio que nos hará
a nosotros: cuando abran
nuestros cuerpos quemados
por el cambio climático,
tendrán todo este sitio
en sus guantes de látex.
Cuando aparten
el corazón del cuerpo,
apartarán lo que fue
nuestra casa;
cuando quiten los pulmones,
el jardín donde montamos
la piscina hinchable
en los veranos,
donde correteaba la niña
mientras crecía
y yo regaba porque las plantas
también merecían
disfrutar de nosotros.
Por eso te busqué.
Hoy te he buscado todavía,
porque queda por construir,
por ser aún el refugio
que nos quede aunque
no resista al dos mil cincuenta.
Hoy sé que quiero
extinguirme contigo.
Pero ¿y si no llegamos?,
¿y si alguien de nosotros
dos muere, por ejemplo,
mañana o dentro de unos años
o, por qué no, cuando acabe
este poema,
si es que tiene final posible
¿cómo acaba un poema
que no tiene fin,
el más largo que nunca
haya escrito?
Pero ¿y si no llegamos?
Quién entierre a quién
es lo de menos, amor.
Para morir los dos basta
con que uno muera.
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