Hubo una vez, hace tiempo,
en que soñaste
con un hogar alegre
en una tierra distinta
de esta otra en la que vives.
Una dulce muchacha sonríe
agarrada del brazo de su padre,
camina entre los bancos
de la iglesia
por las alfombras rojas
que suben al altar,
recubierto de un manto
bordado con escudos
y una corona regia.
Esa muchacha sabe
que es la hora
en que un anillo enlazará
lo que el cuerpo ya había
prometido con su entrega.
A ella miran nerviosas
las familias presentes
en la fiesta de la boda.
Esa joven tendrá
la casa de sus sueños,
y dos niños pequeños
que se duerman con la simple
lectura cada noche
de cuentos en la cama
nada más acostarlos.
Pero ignora las marcas
de los puños del marido
en las puertas del baño
y la cocina.
Los escudos raídos.
La corona quemada.
Qué lejos queda ahora
aquél banquete,
los besos aplaudidos,
el vino y la ternera.
De aquella ingenuidad
de tu sonrisa sólo quedan
las briznas de estas fotos
guardadas en el álbum
de la boda.
Es en lo último que piensas
mientras te apresuras
a dejar atrás para siempre
la condena de tu vida.
Al cerrar la puerta quedan atrás
tu carcelero y la joven
que con él llegó a soñar un día...
Y no habrá ninguna despedida.
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