Claro que oigo voces,
claro que vienen de mi interior.
La pregunta es cuánto silencio
hay entre ellas, si están cómodas
dentro de mi cuerpo;
si respetan los turnos
y no se atropellan al hablar.
La pregunta es si las voces
están sentadas
en sillas cómodas, dignas,
de ese Parlamento.
Si tienen todo lo que
les corresponde para hacer
dignas sus comparecencias.
¿Hay suficientes cojines para
que no se hundan en sus sillas
las voces más pequeñas?
¿Qué voces cuentan
fake news sobre mi mismo,
los demás o el mundo?
En un intento de ser piedra,
yo también externalicé
los servicios de seguridad y control de mi Parlamento interno.
Pero reventaron mis cárceles
de presos políticos.
El cerebro no es
un Gran Hermano del cuerpo.
Hay derecho a escucharnos dentro. (Y por suerte ha habido un verdadero demócrata para
cada uno de mis Tejeros.)
A la voz que ahora escuchas,
de mi cuerpo a tu cuerpo
es normal que le encuentres
contradicciones,
porque mis voces de adentro
no están siempre de acuerdo.
Es gracias a las grietas
por lo que nos reconocemos.
Te recomiendo no encasillarme
por una opinión que emita
en un determinado momento,
las sesiones de mi parlamento
pueden arrojar votaciones
con resultados inesperados
hasta para mi mismo,
el juego de las minorías
y las mayorías, siempre guardan
un delicado equilibrio.
Estas cosas pasan porque
hemos estado sosteniendo
durante demasiado tiempo
la casa ajena, el edificio
del cerdito mayor
ordenándonos ser piedras.
La salud mental no es
no oír voces.
Es tener tiempo y valor
para entenderlas
y ser consecuentes con ellas.
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