miércoles, 22 de septiembre de 2021

OPINIÓN: TURISMO Y VOLCANES


No hace falta recorrer Pompeya ni brindar con un tinto del Etna para entender la relación entre los volcanes, el turismo y los síndromes de Stendhal. La ministra Reyes Maroto solo expresó un sentimiento común cuando animó a los turistas a disfrutar del “espectáculo maravilloso” de La Palma, y las erupciones indignadas por tal frivolidad han sido tan notables como gratuitas, pues Maroto solo defendía su parcela: nada hay más español que sacar tajada del paisaje. Hace 60 años que vivimos de exprimir a los guiris por cuya ausencia penamos desde marzo de 2020. Si desaprovechásemos la ocasión de mercantilizar un desastre natural, no seríamos el país de Fitur ni la potencia hostelera mundial que somos.

Maroto matizó luego sus palabras, pero el matiz no extinguió la verdad poderosa que contenía su llamada a gozar de la erupción: España, libre de catolicismo, fútbol y demás mandangas, reconocía al fin a su único dios legítimo, el turismo. Si el profeta Fraga Iribarne se bañó entre isótopos en Palomares para que no decayese la juerga, sus sucesores en el cargo deben ir siempre un paso más allá. Dejemos, pues, que los turistas se acerquen al volcán, obedeciendo a la predicación de la ministra. Que el dios de la paella y la sangría los acepte como ofrenda del mismo modo que recibe a los ingleses que se inmolan en el sagrado balconing.  Lo que sea para que sigamos siendo la Tierra Santa del Turismo.

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