Alguien me dice que a veces le sorprende lo que escribo para expresar una opinión sobre algo. Por lo visto, al tenerme ya catalogado en un determinado lugar del espectro político, le rompo los esquemas pues suelo salirme del marco que me correspondería. Le respondo que no soy un militante, por lo que las consignas me quedan muy lejos, y tampoco tengo claras unas cuantas cosas, aunque me atreva a escribir sobre ellas. Entiendo que esto no le baste al ciudadano acostumbrado a la trinchera y al vocerío, que echará de menos la consigna clara y el argumentario de turno que revele en nombre de qué sigla se habla. Tal vez por eso algunos programas televisivos sientan a los tertulianos de izquierdas a un lado y a los de derechas a otro, para que el espectador no se confunda de escuadra. Algún día les pondrán camisetas de colores, como los equipos de fútbol. Cuando pase eso, la tertulia podrá ser muda y gestual, pues el público ya sabrá lo que cada tertuliano va a decir antes de que lo diga. Más o menos como sucede ahora, pero sin palabras, tal vez con música.
Si este y otros escritos míos tienen algún valor es que ni yo mismo sé lo que van a decir. Pienso mientras escribo, irritantemente elusivo de mí mismo, y a veces hasta me sorprendo expresando cosas contrarias a las que pensaba antes de escribir. Pero eso no me hace indescifrable ni tahúr, tan solo humano.
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