No es mucho –nada tengo-;
estoy con los que miran
la palidez opaca y vertical.
Busco piel en su enigma
de roce y hendidura,
en tanto la razón
se vuelve fósil.
Solo el oxido asciende
hasta su cumbre.
Los días que amanecen,
casi negros,
requieren otra luz,
callados se preguntan
en qué lugar
camina el horizonte.
La distancia es ahora
el esqueleto gris
de lo posible.
Aquí la transparencia
no moja las espaldas
y tampoco sostiene
un reflejo de nubes,
las migajas del vuelo.
Una lluvia de arena
dispersa sus indicios
y dibuja ceniza
en nuestra espera.
Palpita la vejez
cuando no hay sueños.
Con despojes salobres
sedimenta el desierto
al otro lado.
Voy con él.
Abrazaré mañana su vacío.
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