En el amor tienen
que brillar los colores.
Los poros deben
crepitar en oro,
los clichés de la pasión
tienen que envolvernos
en morado y berenjena.
Que hilos azules y añiles
trencen las miradas,
el abrazo sea canela
con toques de amarillo
y en el borde de los dedos
brille un verde lima
que explote
en dorados carmesí.
Y con el paso del tiempo,
no desaparecen,
sólo se transforman
para poder acariciar
los costados color ámbar
y reposar en las arenas
plácidamente veteranas
sin miedo ya al fracaso.
Los amores
que envejecen bien
no mueren,
sino que se vuelven
más tenues sus colores
a medida que avanza
la ternura de los años
compartiendo pinceles
en el arte de la vida.
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