La escena reconforta:
Regresar a casa
tras acabar el enésimo
turno de noche
que nos impide pasarla juntos
y mirarte mientras duermes
para ir calibrando palabras
empujado por el roce
de la luz perezosa que empieza
a clarear la mañana.
A tu lado nuestra niña
es una copia diminuta
de la belleza materna
y por un misterioso afán
genético que les une
lucen las dos en similar postura.
Inevitable no sentirse afortunado
y de repente, por la rampa
sutil de tu antebrazo
comienza a resbalar un poema
mirándome directamente al corazón.
Me adentro entre las sábanas
al contacto con tu piel
para sentir más de cerca
ese extraño milagro convertido
en musa dormida
de un poeta que escribe
aún estando a punto
de cerrarle los ojos al día
siendo feliz por lo que tiene.
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