Que poco
responsables somos
de los males
lejanos
que les ocurren a
otros
con diferente especie,
color,
de otro
continente o cultura:
De, por ejemplo,
las ballenas
cazadas
cerca del
estrecho de Bering,
de los niños
muertos
en Somalia o en
Darfur,
de las moscas que
soliviantan
cadáveres en Siria
e Irak.
Que poco
responsables somos
de los males
absolutos,
como la pobreza
endémica
en América
Latina,
los latientes
asesinatos
de mujeres en
México,
o aquellas
iniquidades
que cual hojas
del otoño
se aposentan y
toman
posesión del
lugar donde caen.
Que pocos
responsables somos
de entronar la
barbarie
de la muerte de
animales
concebida como
tradición
y definida como
cultura,
de concebir como
prioritarios
nuestros
intereses
y prescindibles
los de los otros,
de convertir
nuestro confort
en armas, violencia
y sangre
sólo un poco más
allá
de las fronteras
que salvaguardan
el egoísmo del
que hacemos gala.
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