Las víctimas han vuelto al primer plano de la actualidad a raíz de la
sentencia de Estrasburgo sobre la llamada Doctrina Parot. Desde el Gobierno y
los medios afines se han lanzado a una campaña de desprestigio de los miembros
de ese tribunal, con la habitual y proverbial mala sangre de los que no tienen
problemas de conciencia para hacer política de la peor estofa a costa del
sufrimiento de los demás...
Así que se ha puesto sobre el
tapete el dolor de las víctimas y la solidaridad que merecen... Bien, llegados
a este punto aceptemos el reto y hablemos de ellas con la frialdad de los datos
como referencia: El caso es que desde el 28 de junio de 1960, el terrorismo
etarra ha asesinado a 857 personas, muertes que suponen una media de 16’1
homicidios al año. Evidentemente es incuestionable el dolor subyacente,
pero sin embargo, hay otras víctimas que no parecen contar tanto, volvamos a
las cifras: Tan sólo desde 2003 (año en que se unifican las estadísticas por
violencia de género) hasta finales de 2012, han sido asesinadas en España 658
mujeres en el ámbito de la relación de pareja, es decir, 65’8 homicidios de
media anual. En los cinco últimos años el terrorismo ha matado a 12
personas, mientras que la violencia de género ha acabado con la vida de 318
mujeres. Terrible, ¿verdad?
Pues a pesar de una realidad
tan objetiva e incuestionable como es la violencia de género y sus víctimas, hay
una cierta percepción de que no existe conciencia de la gravedad del problema en
su conjunto, e incluso existe un sector de lo inaudito que se aferra al
tópico de las supuestas ‘denuncias falsas’ para ponerle relatividad al asunto a
pesar de que el machismo seguirá matando a mujeres aún durante mucho tiempo. El
terrorismo siempre se ha considerado como una amenaza para la democracia, posición
que todos entendemos y sumamente fácil de utilizar por los demagogos al uso,
que se niegan en banda a aceptar cualquier tipo de negociación para enterrar ese
tipo de violencia de manera definitiva incluso después de que la banda
terrorista haya dejado de matar hace dos años: cualquier referencia a pactos puede
acabar con el que enarbole la idea ardiendo en la hoguera de la derecha
mediática. Pero llegados al punto de esa misma lógica, resulta aún más incomprensible
el contrasentido de la distancia y el desinterés respecto a la violencia que
sufren las mujeres. Porque con el Partido Popular al frente de las
instituciones y la Cruzada del Ejecutivo a favor de los recortes sociales, han
quedado en pañales los mecanismos de protección a las damnificadas, como si ese
dolor no contase en el rédito de los beneficios electorales. Recordemos
que la democracia no es el ejercicio del voto cada cierto tiempo, sino el
reconocimiento y la protección de unos valores que articulan la convivencia,
permitiendo la participación de la ciudadanía sobre esas referencias
basadas en los Derechos Humanos. Todo lo demás son conceptos vacíos y
palabrerías huecas.
La situación es clara, las
estadísticas indican que hay 600.000 mujeres que sufren violencia por parte de
los hombres con los que mantienen o han mantenido una relación de pareja y hay
una media de 65 asesinatos cada año. Ese es uno de los marcos donde se desarrolla
nuestra convivencia y que aglutina a una parte de la población cada vez más
desamparada, por la que ni siquiera los que tienen el deber de protegerla son
capaces de derramar lágrimas de cocodrilo.
El terrorismo se ha presentado como la gran amenaza porque ataca la
estructura del sistema, sus acciones son fácilmente presentables con el
dramatismo de la barbarie y nos convierte a todos en posibles víctimas. En
cambio, el drama de la violencia contra las mujeres aún está condicionado por
las referencias tradicionales sobre su lugar en el mundo como esposas y madres
y aparece matizado con el cuentagotas de la muerte individual que lo hace menos
visible.
Volvamos a las cifras, que en
este caso sí que tienen un valor intrínseco y transparente: En los últimos 5
años ETA ha matado a 12 personas, mientras que a partir de la violencia de
género han muerto 357 mujeres. Por eso sorprende la actitud de algunos ante la
decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y la reacción que ha
llevado a dirigir sus miradas a Estrasburgo para cuestionar la aplicación de la
ley más allá del dolor comprensible de las víctimas. Y mientras, en
el espeluznante callejón del día a día, las miradas se pierden en el vacío ante
la indiferencia del poder sobre la realidad de la violencia de género y el sufrimiento
de sus muchas víctimas que, estas sí, se encuentran a la intemperie cada vez
más solas y abandonadas a su suerte.
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