¿Recuerdan el aforismo mediante el cual la energía no se crea ni
se destruye, sólo se transforma? Puede que sea cierto a nivel teórico desde el
punto de vista físico y en la asepsia de un laboratorio, pero en la vida real la energía no empieza en un tubo
de ensayo, sino que se obtiene a partir de unas determinadas fuentes... O
lo que es lo mismo: Para tener energía, ha de obtenerse la fuente capaz de generarla. Y en la puesta en práctica de ese proceso, no
suele tenerse respeto alguno por el medio natural y se destruyen bosques, selvas, fondos marinos o
costas afectadas por vertidos… En resumen, todo lo que se ponga al alcance de
esta otra fuente especulativa donde prima la posibilidad de llenar los
bolsillos de unos pocos, a costa de transformar los hábitats originales en esquilmados parajes donde la vida
a duras penas se mantiene.
Al final, se trata de un
negocio que consiste en transformar la ‘fuente
de energía’ en ‘fuente de ingresos’, que hacen subir como la espuma
el capital de multinacionales con nula conciencia ecológica y de políticos que
manipulan a su antojo a la opinión pública, poniendo el acento en supuestos
beneficios laborales y económicos para la zona afectada y dando muestras de un
cinismo atroz, a la hora de presentar embusteros estudios medioambientales
donde se minimizan los peligros de las actividades que se piensan realizar.
Y no es teoría. Existen múltiples ejemplos que lo demuestran,
y no hace falta retroceder demasiado en el tiempo: En estos últimos días hemos visto
cómo la energía está dispuesta a
destruir el parque Yasuní en Ecuador, una parte de la selva amazónica
declarada reserva mundial de la biosfera por la ONU en 2008, con el beneplácito
de su Presidente, Rafael Correa, que se ha comportado como un secuestrador y ha retenido ese trozo
de biosfera a cambio de pedir un rescate a la comunidad internacional de 2700
millones de euros. Las razones que da el Presidente es que necesita
dinero para luchar contra la pobreza, así parece tranquilizar su conciencia.
Un poco más al Norte, el Presidente de México, Peña Nieto, va a
aprobar una reforma que permitirá que la empresa petrolera Pemex explote
yacimientos de crudo y gas en aguas profundas. El argumento que utiliza
Emilio Lozoya, director de la empresa, es que México está en la
disyuntiva de quedarse rezagado por décadas o ir hacia la
modernidad. Sin explicar cuál es su concepto de modernidad, en la que
parece quedar al margen la ecología.
Y lo que nos toca ya de lleno
en Canarias: Recuerden que hablamos de un archipiélago que alimenta su economía
a partir de las bellezas naturales y del embrujo de sus playas, que las han
convertido en un paraíso turístico, la única industria de las islas. A lo que debemos sumar que tiene unas
condiciones excepcionales para convertirse en un laboratorio único de
explotación de energías alternativas: Sol, viento y mar a raudales. Obviando lo
que resulta evidente para todos, el Gobierno español fomenta la explotación de
unos yacimientos petrolíferos frente a las costas de Lanzarote y Fuerteventura,
haciendo oídos sordos a la oposición popular, del colectivo ecologista, científicos
de todas las ramas del saber y las propias autoridades canarias. Para
lograrlo, el Ministerio de Industria, al frente del cual está para más inri un
isleño cuya infausta memoria por otra parte seguramente perdurará durante años,
ha mentido y manipulado todo lo que ha podido y más, haciéndole sin reparo
alguno el trabajo sucio en los despachos a Repsol, la empresa encargada de
ejecutar la villanía.
Pero hemos de volver al principio: La cuestión se reduce a la obtención
de beneficios económicos de unos pocos a costa de todos y de la destrucción de
espacios naturales que son fuente de vida y de tiempo, pues el
futuro se mide en días, no en lujos ni en comodidades. La lucha por las fuentes de energía ha sido una constante en la historia
que ha generado más guerras, luchas y muertes que la mayoría de
los motivos que habitualmente se identifican con los conflictos armados. Y hay
una idea de progreso que está construida
sobre la injusticia respecto a pueblos sometidos por los intereses de
quienes están dispuestos a
destruir el planeta con tal de conseguir un palco VIP para ver el día del
juicio final. Deberíamos tener la misma consideración respecto al
‘tráfico de energía’ como la que existe con el tráfico de armas, de personas o
de otros elementos y circunstancias que generan todo un mercado ilícito a su
alrededor, y actúan como fuentes constantes de violencia.
La humanidad debe protegerse del poder económico y sus marionetas, así
como del vértigo del presente. El debate sobre la energía no debe
basarse sólo en lo que contamina o destruye, sino que ha de comenzar en la necesidad de renunciar a vivir una
vida en la que nos han hecho entender la calidad como comodidad, y el bienestar
como un hecho al que debemos aspirar a cualquier precio.
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