Llegan
tiempos de verano
y
le doy la bienvenida al calor
con
un trozo de playa en el plato.
Los
niños ya respiran vacaciones,
y
aunque en la radio se debate
de
nuevo la corrupción política,
después
de un día de playa
hay
matices de vida
que
suavizan las aristas.
Es
una jornada que aunque
suene
a irrepetible
sé
que volverá a reproducirse
en
cuanto haya ocasión para ello,
eso
me hace sentir un privilegiado.
Mañana,
quién sabe,
puede
que vuelva la rabia
contra
los desmanes del gobierno,
quizás
otro cualquiera deje
de ser
fiel a sí mismo
y
nos traicione vilmente
como
en tantas ocasiones ha ocurrido,
momentos
en que tras las sombras
se
esconde el aroma del silencio
y
se desnudan las esperanzas...
Pero
ahora miro la pantalla del ordenador
y por
ahí andan dispersas
las
palabras que durante el día
han
recorrido los caminos de mi mente,
la
sensación de felicidad compartida
que
no deja de abandonarme
desde
que ella está a mi lado
para
que alabe día a día a mi suerte.
Por
eso quiero dejar sentados
los
puntos sobre las íes como sello personal,
con
la intención de que sus ojos
los
encuentren y sepan
que
describo nuestra huella
para
que en la estación que comienza
permanezca
latente
un
sentir que está muy por encima
de
todo lo que suene a indiferencia...
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