Pasar la mano
surcando suavemente
el aire de lo insular
y respirarlo
como si en ello
nos fuese la vida...
Aguardar
con los ojos cerrados
que se levante
el espíritu
y sobrevuele las aguas...
Dejar que el alma
se sienta de tal manera
que quisiera ser gaviota
de mar y alisios
abriendo sus alas
sobre una médula
de amor y volcanes,
con la mirada de seda
puesta en el amanecer
vecino de lo sustancial
que nace del mar
y penetra inasequible
en esta tierra
anclada en el océano
que es la raíz
de todo lo que somos,
o sea, isleños.
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