Antes era más sencillo,
la gente araba y sembraba
mientras miraba al cielo
para desentrañar el mensaje
oculto entre las nubes.
Ahora se trata de pasillos,
estanterías atiborradas
de alimentos no naturales
con ingredientes ininteligibles,
prosaica abundancia
como signo de unos tiempos
donde lo espiritual escasea.
Ahora el cielo ya no tiene
nada que decirnos,
oculto tras techos altos,
con iluminación artificial
y un firmamento donde
el dinero de plástico es dios.
Universo vacío de ética
que se aferra a la estética
de los hipermercados,
a la flamante religión donde
los centros comerciales
son las nuevas catedrales
donde se nos consume la vida.
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