Lo único a resaltar de ciertas
fotos publicadas recientemente, lo verdaderamente ‘real’ es que el hecho en sí
resulta lamentable... Y sería lo mismo fuese quien fuese la mujer afectada, por
convertirse en protagonista a la fuerza de algo que evidentemente no desea. No
es fácil entender cómo algunos medios de comunicación se escudan tras los
derechos constitucionales de la democracia (libertad de expresión, derecho
a la información….) para presentar como noticia un topless o un desnudo
mientras la persona disfruta de su tiempo en cualquier lugar, sea público
o privado. Estos derechos no se refuerzan publicando cualquier bazofia en su
nombre, más bien al contrario se debilitan, porque lo único que se busca son
beneficios económicos o el morbo generalizado para justificar lo publicado.
El derecho a la intimidad y la
privacidad de una persona reside en su dignidad y en su voluntad, no en el
morbo de la gente, la desaprensión de un paparazzi o la falta de escrúpulos de
la dirección de un medio de comunicación. El lugar puede condicionar o
matizar, pero nunca define la intimidad. Si una mujer está en la playa y
decide hacer topless, queda claro que asume que todas las personas que están a
su alrededor la pueden ver, y acepta compartir parte de su intimidad con
ellas en esas determinadas circunstancias. Más aún cuando los que vivimos
en la costa sabemos muy bien que disfrutar de un día de baño y sol sin la parte
superior del bikini es ya una cuestión absolutamente normal para una mujer y
aceptada por todo el mundo. Lo que no se puede concluir de esa situación es que
al encontrarse en un lugar público, y después de haber sido seguida,
localizada y espiada, se la pueda fotografiar o grabar en vídeo y
mostrarlo como una noticia. Incluso con la generalización de aparatos
electrónicos, cualquiera puede sacar una foto en cualquier momento, con la
intención de hacer negocio con ella. Por eso ya no puede hablarse de espacio,
sino que la distinción ha de hacerse entre tiempo público o privado. Aunque se
sea un personaje público, el derecho a disfrutar de un tiempo de privacidad ha
de ser respetado. Y no puede ser negado en nombre de una libertad de expresión
y de un derecho a la información que rompen el derecho a la intimidad y quedan
convertidos en falacia y una desaprensiva instrumentalización de la ley.
Los topless que aparecen en
algunos medios esconden esa idea que impera en algún sector mediático, que se
cree con el derecho a atacar con total impunidad a aquellas personas o
personajes públicos que ellos decidan. Aceptar el topless en las
circunstancias comentadas quiere decir que también es válido desnudar
metafóricamente al personaje y vestirlo de historias que alimenten el morbo sin
importar si se ajustan a la realidad o no. Y además retocarlas por medio de la
manipulación o la dramatización para que queden mejor, lo mismo que no se duda
en acudir al Photoshop para mejorar la imagen del topless. Es una forma
de persecución y acoso contra la persona, que utiliza lo privado para
dañarla en lo personal y cuestionarla en lo público. Los ejemplos afectan
a un nutrido y variado número de mujeres, evidentemente el colectivo afectado.
Nada es casualidad, sobre todo en estos tiempos y cuando de un medio de
comunicación se trata. Y, por último y no menos importante, no olvidemos que
además es un resabio que resalta el machismo más recalcitrante y degradante.
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