domingo, 5 de febrero de 2012

ORDEN SOCIAL



La lógica del orden social es muy compleja, pero ha dispuesto de siglos para refinarse y hacerse sumamente efectiva. No sólo reprime a través de la culpa, sino que a la vez fomenta que se tengan deseos, pero exclusivamente aquellos que los encargados de velar para que no nos salgamos del carril nos permiten.

Luchar por mantener una conciencia propia supone, la mayoría de las veces, atravesar el desierto en solitario. El sistema posee una gran habilidad, se encarga sutilmente de neutralizar cualquier atisbo de libertad individual. Y cuesta muchísimo vivir indefinidamente en las trincheras. En la vida siempre llega un día en el que las circunstancias se tuercen y si se es lo suficientemente inteligente, ha de aprovecharse esa oportunidad para luchar por la construcción de uno mismo. Nada mejor que llegar al convencimiento de que todo se ha derrumbado para edificar sobre esas ruinas nuestra propia alternativa.

Si no queremos vivir una vida estéril como seres alienados, no queda otra opción que abandonar esa aparente calma interior que produce la comodidad de saberse parte del rebaño. En realidad es el orden social el que dictamina qué situaciones van a ser calificadas como ‘normales’. Conceptos como matrimonio, amor, sensualidad, monogamia, fidelidad o familia son administrados según sus intereses, cuando en realidad la normalidad no existe. Pero se moldea en forma de leyes, eslóganes, catecismos o falsos ideales. Actúa de igual manera que una gran campaña de marketing orquestada para la captación de almas, que sin saberlo viven abducidas por la moral de sus amos.

Y ciertamente, siempre nos estará acechando algún peligro. Nada como el miedo para mantener unido al rebaño. Como en el sexo, que cuando deja de ser manipulado por la religión se convierte en un peligro sanitario. Difícilmente una sociedad que nos quiere bien casados, trabajadores sumisos y consumidores leales nos va a brindar la oportunidad de sentirnos libres para acostarnos con quién nos dé la gana y en el momento en que nos apetezca. El valiente que se atreva a violar los códigos ya no será considerado un pecador, pero será siempre un outsider y sufrirá las consecuencias. ¿Qué suicida prefiere la autonomía de su propio deseo al deseo gregario y comunitario?

La mayoría de nuestros instintos naturales son cuidadosamente corrompidos desde la cuna. Valores como una determinada idea de fidelidad se convierten en bandera y una cuestión de mera atracción física es considerada como una alevosa traición a un sentimiento. De ahí que el deseo se retrotraiga a una cuestión de lealtad a la pareja y todo lo demás sea considerado como traición al ideal del amor. Resulta sospechosa cualquier vía alternativa, no está bien considerado por las mentes bien pensantes elevar un canto a la búsqueda de destinos no preestablecidos, estar inmerso en la lucha por ganarle una batalla a la nada, acogerse a un pensamiento libre de ataduras. En definitiva, al intento por establecer el fin de la condición pasiva en los seres humanos y apostar por la libertad de pensamiento y actuación contra todas las formas dominantes.

El precio de la inteligencia es la inocencia perdida. El de la libertad individual, es el de ser señalado con el dedo y hacer trizas la apacible cotidianidad de lo colectivo mientras se respetan las normas mayoritariamente aceptadas. Por eso la mayoría de los mortales permanece en el rebaño, satisfechos de haber pasado por la vida felices y sin riesgos.

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