Que poco responsables somos
de las cosas alejadas
que les ocurren a los que no son
de nuestra especie,
malviven en otro continente,
tienen otra cultura o religión:
De, por ejemplo,
las ballenas cazadas
cerca del estrecho de Bering,
de los niños muertos
en Somalia o en Darfur,
de las moscas que soliviantan
cadáveres en Irak y Afganistán.
Que poco responsables somos
de los males absolutos,
como la pobreza endémica
en América Latina,
la injusticia latiente
de los crímenes de estado
en Palestina,
de esas iniquidades
que como las hojas del otoño
se aposentan y toman
posesión del lugar donde caen.
Que pocos responsables somos
de permitir la barbarie
en las ceremonias de la muerte
entendida como tradición
y definida como cultura
o construir vidas al abrigo
de un atroz sufrimiento
para presumir de pieles
como símbolo social
de la estupidez y la estulticia.
Que poco responsables somos
de exigir nuestro interés
como el no va más de lo prioritario
y despreciar el de los demás
como algo prescindible,
mirando hacia otro lado
cuando nos muestran
que tras nuestro confort primario
hay un submundo de mentiras
violencia y sangre localizado
sólo un poco más allá
de las fronteras que nos salvaguardan.
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