El próximo día 2 se reunirán en Polonia los ministros de Asuntos Exteriores de la UE. Sobre la mesa tendrán, entre otros asuntos, la crisis de Siria y la guerra de Libia. Pero el punto más peliagudo será el reconocimiento del Estado palestino, que en septiembre se votará en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General de la ONU, una cita a la que los Veintisiete llegan profundamente divididos y ante la que la ministra española de Asuntos Exteriores y Cooperación, Trinidad Jiménez, aboga por lograr que, si no todos, al menos una mayoría de países de la UE respalden “un avance en el reconocimiento del Estado palestino”. De lo contrario, advierte, “se puede generar una gran frustración en la población palestina”.
Hasta aquí la reproducción de la noticia. Para los que llevamos tantos años apoyando activamente la causa palestina y soportando una riada continua de frustraciones y rabia con la actitud de los países occidentales frente al tema, llega nuevamente una semilla de esperanza. Este puede ser el año en que de verdad las cosas cambien, estamos viviendo la coyuntura más favorable para que así sea y si no se aprovecha, la comunidad internacional demostraría de nuevo una cortedad de miras tan penosa, que sería la culpable directa de echar por tierra el sueño de cambio de millones de personas en los países árabes.
Independientemente del legítimo derecho que le atañe al pueblo palestino a poseer un estado viable en su tierra, el hecho de que se dieran pasos concretos en esa dirección que obligasen a Israel a aceptarlo sería también un impulso enorme que revitalizaría y daría legitimidad a la llamada Revolución Democrática de los países árabes, así como restaría apoyo al movimiento integrista, que siempre ha buscado en la situación de Oriente Medio la principal baza que jugar a favor de sus planteamientos, al argumentar que el mundo considera a los musulmanes como ciudadanos de segunda.
A estas alturas no ser realista sería de idiotas. Hay fuerzas muy poderosas contrarias a que esto suceda. El apoyo sin fisuras que Estados Unidos ha brindado a Israel, independientemente de las barbaridades que cometiera, es difícil que cambie. Algunas mínimas señales en esa dirección han surgido últimamente, sin embargo, desde la administración de Obama, que también necesita un golpe de efecto de gran magnitud para recuperar el prestigio perdido con la crisis económica. Por ahora lo único que tenemos son señales que pueden quedar nuevamente en fuegos de artificio. Hoy mismo, en Gaza la llama de la guerra parece prender de nuevo: Hamas ha roto definitivamente la tregua y en Egipto claman de indignación por un ataque del ejército israelí que ha causado varios muertos entre sus soldados.
Pero nadie en su sano juicio dejaría pasar la oportunidad de ofrecerles algo a cambio de su sacrificio a los árabes que están muriendo en las calles de las ciudades del norte de África exigiendo democracia. Algo que por otro lado tanto han deseado, independientemente de lo que ansían para sí mismos: El reconocimiento del Estado Palestino sería una explosión de alegría incontenible y un impulso para que esa llama democrática prenda también en Gaza y Cisjordania. Como bien dice la Ministra de Exteriores, también hay que darles a los palestinos la oportunidad de participar en esa expectativa de libertad que se vive en el mundo árabe...
Desde este pequeño rincón literario, que desde su nacimiento ha mostrado su apoyo inquebrantable al pueblo palestino, no podemos sino celebrarlo. Porque recuperar la esperanza vale la pena y ya va siendo hora de hacer algo con sentido... en ese sentido. Y resulta inevitable a este respecto recordar las palabras del gran Mahmud Darwish, el llamado poeta del exilio y maestro de maestros:
Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:
la indecisión de abril, el olor del pan al alba,
las opiniones de una mujer sobre los hombres,
los escritos de Esquilo, las primicias del amor,
la hierba sobre las piedras,
las madres erguidas sobre un hilo de flauta
y el miedo que los recuerdos inspiran a los invasores.
Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:
el fin de septiembre, una dama que entra,
con toda su lozanía en la cuarentena,
la hora del sol en la cárcel,
una nube que imita un grupo de seres,
las aclamaciones de un pueblo
a quienes ascienden a la muerte sonriendo
y el miedo que las canciones inspiran a los tiranos.
Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:
sobre esta tierra está la señora de la tierra,
la madre de los comienzos, la madre de los finales.
Se llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina.
Señora: lo merezco, porque tú eres mi dama,
y yo también merezco vivir.
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