domingo, 10 de abril de 2011

HAY QUE DECIRLO



Las catástrofes impactan mucho más de lo que conmueven. Tan alto grado de desgracia, desborda los mecanismos emotivos del ser humano y los bloquean. Lo sucedido en Japón es tan excesivo que roza lo inverosímil: terremotos, tsunami y explosión en la central nuclear de Fukushima. Es demasiado y ante tamaña carga de penalidades no nos queda sino la perplejidad. Nuestro pequeño yo está preparado para conmoverse por la muerte de una criatura, sobre todo si es cercana, un familiar o el vecino que de repente se desploma en el descansillo. Pero cuando se trata de 10.000 personas al otro lado del mapa y de la pantalla, el peso de la cifra nos deja el material sensible obnubilado.

Las cifras desorbitadas son difíciles de asimilar para el género humano hasta tal punto que pasada la frontera de lo inconcebible casi dejan de doler. Hablan de 71.500 millones de euros de pérdidas en Japón a causa de la catástrofe y se nos va el norte de los cálculos. Nos duele que nos quiten doscientos euros del salario mensual, pero cuando hablan de millones de deuda del estado, por ejemplo, ya nos parece todo indoloro por imperceptible.

A partir de cierta cifra, perdemos la cuenta y el sentido de la medida. Lo excesivo nos confunde, ocurre incluso a los jueces, que saben cuál es la pena con la que condenar un homicidio cuando el cuerpo de la víctima presenta las marcas de dos o tres puñaladas, pero no si las puñaladas pasan de treinta. Son tantas que, a lo mejor, al magistrado ni le parecen ensañamiento porque les supera tal desmesura. Los tres mil muertos que se contabilizaron en principio por las catástrofes en Japón, impresionan tanto como los diez mil que ahora se computan. El instinto nos dice que son demasiados, pero poco más.

En tanto, un millón de espectadores han acudido a ver ‘Torrente 4’. Dada la calidad de semejante bodrio, también hubiesen sido demasiados a partir de los 100.000. Semejante masa humana no hace presagiar nada bueno, aunque se presente la ventaja del taquillazo. Santiago Segura ha reunido a lo más frikie del cutrerío nacional para hacer un esperpento seboso, monstruoso y deforme, al estilo de ‘La parada de los monstruos’ salvando las diferencias de calidad, pues a diferencia del clásico, de tan malo que es cae en el calificativo de pésimo. Pero se interpone a favor el argumento de lo económico... Es lo mismo que hasta hoy ha defendido la presencia de las centrales nucleares. Todos sabemos que no son buenas, pero son las que producen la energía más barata.

Y ya ven, ‘lo barato sale caro’, como dice el conocido refrán. Un buen día explota y se lo lleva todo por delante. ‘No es el momento de abrir un debate sobre la energía nuclear’, dice el gobierno. El momento será, claro, cuando la catástrofe nos salpique a nosotros y no quede ya nada que hacer. Una nube radioactiva que viaja por tierra, mar y aire no entiende de aplazamientos, ni respeta las fechas de las campañas pre-electorales. Las cifras de los miles de muertos japoneses nos parecen remotas por razones de lontananza, pero dolerán, aunque sean menos, del lado de nuestras carnes.

No somos Japón, es verdad, no tenemos peligro de tsunami, pero cualquier central nuclear entraña un peligro en sí misma. Siempre lo hemos sabido, algunos incluso lo mostrábamos gráficamente cuando salíamos de manifestación con las pancartas ‘Nucleares, no gracias’. También sabíamos que las guerras nunca son buenas y tuvimos que apencar con la OTAN. En eso consiste madurar: en tragar, en resignarse a que lo malo necesariamente tiene que formar parte de nuestra realidad cotidiana.

Mandan las cifras, no de cadáveres, que a la postre envejecerán sin rostro como una anécdota histórica en los titulares de los diarios. Mandan las cifras de la economía que tan poco respeto tienen por las vidas humanas. Muchas de ellas aún se contarán por miles en la supuesta lucha heroica contra Gadafi. Lo que cuenta no es tener la razón, sino el petróleo.

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