tras el vértice sutil de una ola
que era impulsada suavemente
por la fuerza casi etérea de la luna,
tu alma de sirena se encontraba
en el horizonte azul
que oscila entre el ave y la sal
y se notaba un rictus de tristeza
en la inmensidad de tu hermosura,
descentrando la ondulante soledad.
Yo huía entregado a tu cuerpo
y sentí que ascendía dichoso
por tus caricias anchas
hasta el amor que se muestra
en los litorales de la Tierra
que es frontera ineludible con el mar.
Inevitablemente ardió la sangre
en un paréntesis de lucidez
donde a mitad del invierno
se hizo pronto verano el corazón.
Tu cuerpo con sabor a algas
era el aire que alimentabas sonriente
y las estrellas palidecieron
cuando en la mirada destellabas
de ternura y de pasión.
Así nacieron urgencias que probaron
tus labios llenos de arena y de dulzor
y se hicieron inevitables las caricias
como turgentes rizos de espuma
que alteraron los silencios,
en un paréntesis rutilante
donde pudimos ser nosotros,
sin necesidad de ser tú o ser yo.
1 comentario:
"... en un paréntesis de lucidez
donde a mitad del invierno
se hizo pronto verano el corazón"
Bonito verso...
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