miércoles, 29 de septiembre de 2010

DIQUES Y REMANSOS


Uno de los requisitos imprescindibles para seguir razonablemente cuerdos son los diques de contención que ponemos en la escalera de subida a nuestra casa, con el objeto de ejercitar el derecho de admisión de intrusos mal encarados, visitas impresentables, elementos cursis, ciudadanos estúpidos, y demás hordas con pensamientos a deshoras y gentuza con ganas de fastidiar. Uno de los requisitos imprescindibles para perder la cordura es la ausencia de remansos. De filtros estrictos. De discriminaciones. De escolleras. De encontrar como sea mares en calma.
Para los que asimilamos la felicidad con el sosiego, la construcción de murallas que nos garanticen un poco de paz resulta imprescindible: En la jornada laboral, cuando conducimos, al ir a la compra o cuando hacemos la comida, metidos en un atasco de tráfico o de ideas, cuando perdemos un amor o al no encontrarlo, o simplemente al ir de mi casa a la tuya...Es esa una tarea que comienza en el momento de despertar, no se improvisa sobre la marcha y sobre la que deberíamos estar atentos siempre.
Hay que acarrear mucho material estable, impermeable, sólido, firme, fiable, refractario, y hasta sumergible, para edificar las murallas que nos acojan en el remanso cuando brame la mar arbolada de ahí afuera. Lo que ocurre es que ese es un trabajo de mentalización arduo y difícil, porque siempre puede haber imprevistos que lo echan todo a perder, es imposible controlarlo todo y además supone casi una contradicción gigantesca, porque es ir nadando constantemente contra la corriente, metidos como estamos en una sociedad enferma, que necesita estrellas y verlas estrellarse para sentir el vértigo del espectáculo y la diversión.
Parece que nos hemos convertido en unos descerebrados diletantes e inconscientes, que sólo queremos marejadas y mar de fondo continua para hacer como que nos divertimos en nuestras frágiles barcas que ni siquiera sabemos a dónde nos llevan, o si naufragarán y nosotros con ellas, porque llega de pronto el aviso de Tsunami y no hay diques, puerto, escolleras, y ya se ha liado: Se nos cuelan hasta el tuétano la mar de problemas sin tiempo para ponernos el salvavidas. Hasta tal punto que a algunos sólo les queda el Prozac para agarrarse y flotar.
Hay que ser muy idiotas (y lo somos) para no darnos cuenta de que en la mar de nuestras vidas habrá épocas de calma, otras con marejadilla a ratos, pero también tendremos mar gruesa en la que habremos de disponer de los remansos necesarios para sobrevivir mentalmente de una hipoteca a otra, de los dos kilos de más al primer daño en el corazón, o del final de las vacaciones de verano a la terrible perspectiva de otra navidad que asoma tras la esquina.
O de unas cosas a otras, que de todo hay que aguantar en esta viña que suele retorcerse tanto... Por eso hay que estar preparados, porque no puede ser que tras cada obstáculo, con cualquier tropezón o a la menor puñalada nos veamos obligados a reconstruirlo todo de nuevo. Se trata de conservar en las mejores condiciones posibles el mecanismo de autocontrol emocional, para tener claro dónde están los límites, cuando deberíamos desconectar y a quiénes no estamos dispuestos a soportar.


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