Es posible que la mayoría ni siquiera haya oído hablar de ella hasta ahora, pero ojalá su fallecimiento con 98 años sirva para que su historia llegue al conocimiento de mucha gente. Se lo merece, como se merecía el Premio Nobel de la Paz para el que fue candidata repetidamente y que nunca le fue concedido. Es un ejemplo asombroso de compromiso y valor. Se llamaba Irena Sendler y durante la Segunda Guerra Mundial salvó de una muerte segura a más de 2.500 niños judíos que se encontraban internados en el Gueto De Varsovia. Así de simple. Una vez más se comprueba que la realidad supera muchas veces cualquier expectativa.
Irena Sendler está considerada como una de las grandes heroínas de la resistencia contra el nazismo. Pero lo más asombroso es que no se supo de su existencia hasta que un grupo de alumnos de un instituto estadounidense la descubrió cuando realizaban un trabajo de fin de curso sobre los héroes del Holocausto. El régimen comunista polaco ocultó cualquier referencia a los hechos, y el resto del mundo simplemente los desconocía. Ella nunca le dio importancia a lo que había realizado.
Irena trabajaba de enfermera en Varsovia cuando los alemanes invadieron su país en 1939. Trabajaba para el Departamento de Bienestar Social. Durante un tiempo se encargó de ayudar a huérfanos, ancianos y pobres en los comedores comunitarios donde trabajaba. Pero en 1942 se creó el Gueto donde los nazis concentraron a la población judía (en total se calcula que fueron unos 400.000). Fue la tumba para miles de personas, víctimas de los malos tratos, las enfermedades y el hambre. Hasta que se decidió la Solución Final, y los supervivientes fueron trasladados a los Campos de Exterminio.
La joven enfermera estaba horrorizada por lo que ocurría y decidió unirse al Consejo para la Ayuda de Judíos. Su labor era en apariencia luchar contra las enfermedades contagiosas y consiguió un pase que le permitía traspasar las barreras de control del gueto para llevar medicinas y alimentos. Pero pronto dio un paso más en su nivel de compromiso y decidió hacer lo posible por salvar la vida a todos los niños que pudiese. En el más absoluto de los secretos se ponía en contacto con las familias y les ofrecía llevar a sus hijos a un lugar seguro.
Lógicamente no podía asegurar la supervivencia de los niños, pero quedándose en el gueto no tenían ninguna posibilidad. La cuestión no admitía dudas cuando volvía a visitar a ciertas familias, y se encontraba con que habían sido llevadas a los campos de concentración. Así que ideó mil maneras para evacuarlos: Dentro de ataúdes, en cajas de herramientas, entre restos de basura, como enfermos de males contagiosos… Cualquier sistema era válido si conseguía sacar a los pequeños del infierno. Otra manera era a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado bendecidos como nuevos católicos y con diferentes identidades.
Pero Irena sabía que era importante que conservaran su verdadera identidad. Para ello escribía en trocitos de papel sus datos y la ubicación donde se encontraban, los guardaba en botes de cristal y luego los enterraba bajo un manzano, en el jardín de sus vecinos. Allí permanecieron hasta que los alemanes abandonaron la ciudad.
Una actividad de tal naturaleza terminó por no pasar desapercibida para la Gestapo. Fue detenida y torturada de forma salvaje (le llegaron a quebrar los pies y las piernas) para que revelara los nuevos nombres de los niños, pero nunca dijo una palabra. Al final se le condenó a muerte, pero la resistencia logró salvarla tras sobornar a algunos de los soldados que la custodiaban. Al acabar la guerra su pista se pierde en el anonimato. Ni siquiera los niños conocían su nombre, pues siempre actuó bajo una falsa identidad. Los últimos años los pasó en un asilo de ancianos, anclada en una silla de ruedas a consecuencia de las secuelas de la tortura.
Al hacerse pública la historia, le llovieron agradecimientos de cientos de sobrevivientes diseminados por medio mundo. Incluso en Hollywood se prepara una película sobre su vida. El estado de Israel le concedió el título de Justa entre las Naciones, el más alto galardón que otorga a los gentiles que trabajaron por la salvación de los judíos. No obtuvo el Premio Nobel de la Paz: la primera vez que fue candidata se le concedió a Al Gore, la segunda a Barak Obama. Sobran los comentarios.
Irena Sendler está considerada como una de las grandes heroínas de la resistencia contra el nazismo. Pero lo más asombroso es que no se supo de su existencia hasta que un grupo de alumnos de un instituto estadounidense la descubrió cuando realizaban un trabajo de fin de curso sobre los héroes del Holocausto. El régimen comunista polaco ocultó cualquier referencia a los hechos, y el resto del mundo simplemente los desconocía. Ella nunca le dio importancia a lo que había realizado.
Irena trabajaba de enfermera en Varsovia cuando los alemanes invadieron su país en 1939. Trabajaba para el Departamento de Bienestar Social. Durante un tiempo se encargó de ayudar a huérfanos, ancianos y pobres en los comedores comunitarios donde trabajaba. Pero en 1942 se creó el Gueto donde los nazis concentraron a la población judía (en total se calcula que fueron unos 400.000). Fue la tumba para miles de personas, víctimas de los malos tratos, las enfermedades y el hambre. Hasta que se decidió la Solución Final, y los supervivientes fueron trasladados a los Campos de Exterminio.
La joven enfermera estaba horrorizada por lo que ocurría y decidió unirse al Consejo para la Ayuda de Judíos. Su labor era en apariencia luchar contra las enfermedades contagiosas y consiguió un pase que le permitía traspasar las barreras de control del gueto para llevar medicinas y alimentos. Pero pronto dio un paso más en su nivel de compromiso y decidió hacer lo posible por salvar la vida a todos los niños que pudiese. En el más absoluto de los secretos se ponía en contacto con las familias y les ofrecía llevar a sus hijos a un lugar seguro.
Lógicamente no podía asegurar la supervivencia de los niños, pero quedándose en el gueto no tenían ninguna posibilidad. La cuestión no admitía dudas cuando volvía a visitar a ciertas familias, y se encontraba con que habían sido llevadas a los campos de concentración. Así que ideó mil maneras para evacuarlos: Dentro de ataúdes, en cajas de herramientas, entre restos de basura, como enfermos de males contagiosos… Cualquier sistema era válido si conseguía sacar a los pequeños del infierno. Otra manera era a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado bendecidos como nuevos católicos y con diferentes identidades.
Pero Irena sabía que era importante que conservaran su verdadera identidad. Para ello escribía en trocitos de papel sus datos y la ubicación donde se encontraban, los guardaba en botes de cristal y luego los enterraba bajo un manzano, en el jardín de sus vecinos. Allí permanecieron hasta que los alemanes abandonaron la ciudad.
Una actividad de tal naturaleza terminó por no pasar desapercibida para la Gestapo. Fue detenida y torturada de forma salvaje (le llegaron a quebrar los pies y las piernas) para que revelara los nuevos nombres de los niños, pero nunca dijo una palabra. Al final se le condenó a muerte, pero la resistencia logró salvarla tras sobornar a algunos de los soldados que la custodiaban. Al acabar la guerra su pista se pierde en el anonimato. Ni siquiera los niños conocían su nombre, pues siempre actuó bajo una falsa identidad. Los últimos años los pasó en un asilo de ancianos, anclada en una silla de ruedas a consecuencia de las secuelas de la tortura.
Al hacerse pública la historia, le llovieron agradecimientos de cientos de sobrevivientes diseminados por medio mundo. Incluso en Hollywood se prepara una película sobre su vida. El estado de Israel le concedió el título de Justa entre las Naciones, el más alto galardón que otorga a los gentiles que trabajaron por la salvación de los judíos. No obtuvo el Premio Nobel de la Paz: la primera vez que fue candidata se le concedió a Al Gore, la segunda a Barak Obama. Sobran los comentarios.
7 comentarios:
hola paco como siempre me impresionan tus historias , pero esta esta de lujo me ha fascinado mucho te agradesco que tengas este blogs me lo leo siempre mucha veces no me da tiempo pero lo intento muchas gracias por estar ahi nos vemos besitos de miel de palma chao
Me pasa lo que a Esther, Paco. Siempre me gusta leerte, pero esta historia, que no conocía, me ha fascinado.
Como no tengo confianza para los besitos y no tengo ni idea de qué es la miel de palma, me despido de ti con agradecimiento.
En fin...no habra obtenido el Nobel, pero obtuvo el afecto y agradecimiento de muchos. Seguro eso la dejo mas satisfecha que todos los honores. Gracias Paco por recastar estas historias.
Sólo como aclaración: Los canarios solemos ser en general bastante besucones. Y en cuanto a la miel de palma, es un producto parecido a la miel que se obtiene a partir de la savia de la Palmera Canaria.
En cuanto a esta historia en concreto, una de las reflexiones que me hice al conocerla estuvo relacionada con los personajes que suelen salir en los libros de historia. ¿Se han fijado que están llenos de nombres que han contribuido a traer la violencia y la miseria al mundo? ¿Qué pasa con los que nos pueden servir de ejemplo?
Ya conocia la historia de esta mujer maravillosa,lo que no sabia era que habia muerto,inspira,que bueno que mas personas conocieran esta historia y que se tocaran el corazon en estos tiempos....
TQM...me encanta tu sitio.
Menos mal que existen personas como Irena que me devuelven la fe en el ser humano... Personas como ella son imprescindibles en los tiempos que corren para tomarlas como referencia.
Y menos mal que tu homenaje la rescata para todos aquellos que no la conocíamos.
Gracias Paco. Un beso.
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