Estas cosas pasan cuando se concede un Premio Nobel de la Paz tan alegremente. El Presidente norteamericano ya lo advirtió en su discurso ante los insignes académicos suecos: Hay guerras justas. El problema está en definir lo que puede designarse con tal nombre y las medidas que se toman en consecuencia. En la cuestión que ahora nos atañe da igual, porque el caso es que Obama también está en guerra, y comenzamos a pagarlo todos desde el mismo momento en que la idea prende en el ánimo de los dirigentes mundiales y encauzan sus esfuerzos en velar por lo que consideran nuestra seguridad.
La principal consecuencia es siempre la misma: El equilibrio que ha de reinar en la dualidad seguridad-libertad se inclina peligrosamente hacia la primera opción. Y está ocurriendo lenta, pero firmemente incluso en Europa, que se precia de ser el continente que más vela por los derechos de sus ciudadanos. Las primeras restricciones afectan a pilares tan básicos democráticamente hablando como son la libertad de expresión y la censura.
Hablemos de síntomas, por si hay dudas: En Irlanda entró el primer día del año en vigor la ley antiblasfemia, que castiga con multa de hasta 25.000 euros a quienes las profieran en público. Curioso, cuando se condena tan ferozmente a la comunidad musulmana más radical por las respuestas a las caricaturas de Mahoma, olvidando que fueron criticadas por el Papa, Tony Blair e incluso George Bush, a pesar de que Estados Unidos es el país paradigma de la libertad de expresión.
Otro síntoma tiene que ver con el afán por la invulnerabilidad, que puede conducir a las mayores aberraciones. La obsesión es trasmitir la idea de que estamos a salvo de cualquier contratiempo. La naturaleza se encarga a cada momento de demostrar que es imposible, pero a falta de poder dominarla, los esfuerzos se centran en el terrorismo. Les esperan momentos duros a los viajeros en avión. Pero lo mismo puede sucederle, si la epidemia se extiende, a cualquiera que use un transporte público. Los efectos de la intentona de hacer explotar un avión en Detroit estas navidades han sido instantáneos: Por el momento Guantánamo no va a cerrarse, lo mismo que seguirán habiendo detenciones ilegales, presos sin juicio, escuchas sin control judicial... Eso sí, con unas supuestas mayores garantías, que vaya usted a saber lo que significa.
Pero lo más preocupante es que Obama, en su afán por diferenciarse de su antecesor en el cargo, parece apostar por la guerra en silencio y en secreto, cediendo el protagonismo a las agencias como la CIA y evitando el desgaste que significa que aparezcan cada día referencias en los diarios a la guerra. En consecuencia, se está llevando a cabo un programa de asesinatos selectivos, aprobado en su momento por la administración Bush dentro de su estrategia de Guerra Global contra el Terrorismo, pero potenciada ahora. La finalidad es que la CIA, utilizando aviones teledirigidos, acabe con supuestos dirigentes terroristas. Ya se han contabilizado 55 ataques, y les ha costado la vida a una veintena de sospechosos de ser cabecillas de Al-Qaeda. Si estas acciones son justas o no en el escenario de una guerra es secundario, dado que se están llevando a cabo sin control judicial o parlamentario alguno, y ni siquiera se informa sobre ellas.
Obama no ha definido lo que considera una guerra justa, pero tampoco parece tener claro cuáles son los límites que no está dispuesto a traspasar para llevarla a la práctica. Se trata de acabar con el peligro que supone Al-Queda, evidentemente. Pero la cuestión es la de siempre: Cuanto estamos dispuestos a pagar por ello, porque la restricción de derechos se sabe cómo empieza, pero nunca cómo puede acabar, ni cuando...
La principal consecuencia es siempre la misma: El equilibrio que ha de reinar en la dualidad seguridad-libertad se inclina peligrosamente hacia la primera opción. Y está ocurriendo lenta, pero firmemente incluso en Europa, que se precia de ser el continente que más vela por los derechos de sus ciudadanos. Las primeras restricciones afectan a pilares tan básicos democráticamente hablando como son la libertad de expresión y la censura.
Hablemos de síntomas, por si hay dudas: En Irlanda entró el primer día del año en vigor la ley antiblasfemia, que castiga con multa de hasta 25.000 euros a quienes las profieran en público. Curioso, cuando se condena tan ferozmente a la comunidad musulmana más radical por las respuestas a las caricaturas de Mahoma, olvidando que fueron criticadas por el Papa, Tony Blair e incluso George Bush, a pesar de que Estados Unidos es el país paradigma de la libertad de expresión.
Otro síntoma tiene que ver con el afán por la invulnerabilidad, que puede conducir a las mayores aberraciones. La obsesión es trasmitir la idea de que estamos a salvo de cualquier contratiempo. La naturaleza se encarga a cada momento de demostrar que es imposible, pero a falta de poder dominarla, los esfuerzos se centran en el terrorismo. Les esperan momentos duros a los viajeros en avión. Pero lo mismo puede sucederle, si la epidemia se extiende, a cualquiera que use un transporte público. Los efectos de la intentona de hacer explotar un avión en Detroit estas navidades han sido instantáneos: Por el momento Guantánamo no va a cerrarse, lo mismo que seguirán habiendo detenciones ilegales, presos sin juicio, escuchas sin control judicial... Eso sí, con unas supuestas mayores garantías, que vaya usted a saber lo que significa.
Pero lo más preocupante es que Obama, en su afán por diferenciarse de su antecesor en el cargo, parece apostar por la guerra en silencio y en secreto, cediendo el protagonismo a las agencias como la CIA y evitando el desgaste que significa que aparezcan cada día referencias en los diarios a la guerra. En consecuencia, se está llevando a cabo un programa de asesinatos selectivos, aprobado en su momento por la administración Bush dentro de su estrategia de Guerra Global contra el Terrorismo, pero potenciada ahora. La finalidad es que la CIA, utilizando aviones teledirigidos, acabe con supuestos dirigentes terroristas. Ya se han contabilizado 55 ataques, y les ha costado la vida a una veintena de sospechosos de ser cabecillas de Al-Qaeda. Si estas acciones son justas o no en el escenario de una guerra es secundario, dado que se están llevando a cabo sin control judicial o parlamentario alguno, y ni siquiera se informa sobre ellas.
Obama no ha definido lo que considera una guerra justa, pero tampoco parece tener claro cuáles son los límites que no está dispuesto a traspasar para llevarla a la práctica. Se trata de acabar con el peligro que supone Al-Queda, evidentemente. Pero la cuestión es la de siempre: Cuanto estamos dispuestos a pagar por ello, porque la restricción de derechos se sabe cómo empieza, pero nunca cómo puede acabar, ni cuando...
1 comentario:
¿como pueden ir unidas esas dos palabras, guerra y justicia? por muchos años que viva no entenderé esa expresión, "querra justa"......increible.....Tampoco entiendo cual es el baremo para conceder un premio Nobel, se me han roto los esquemas, ya no lo entiendo.
Animo en el nuevo año, que lo vamos a necesitar, un beso
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