Imagen: Vineta de 'el Roto', en el diario 'el país', del 20 de Enero
Hay dos acontecimientos diametralmente opuestos en el devenir de estos días que, independientemente de su interés intrínseco, sirven de metáfora sobre la realidad del mundo en que vivimos. El primero se refiere a la ceremonia que dio salida a la Presidencia Europea por parte de España, y el segundo es la tragedia de Haití y la reflexión consecuente sobre cómo esa catástrofe natural ha golpeado a un determinado país de una manera tan diferente a como lo haría, por ejemplo, en Japón (situado también en otra zona con alto riesgo sísmico).
En el acto celebrado hace poco en el Teatro Real, tuvo lugar un simpático homenaje a la inanidad de los discursos, pagado con los impuestos de todos, incluyendo los billetes en primera clase y las estancias en hoteles de cinco estrellas para mantener bien alta la dignidad de los mandatarios europeos. También para que la princesita de nuestro cuento luciera muy sonriente joyas y zapatos (me pregunto por la razón de que ahora sea tan importante el calzado de la susodicha, pero se resalta en todos lados). Espero que los próximos seis meses sirvan para algo, en esta vieja Europa y la novedosa idea de la Unión, que tanto cuesta llevar a la práctica más allá del euro y los tipos de interés bancario. Me temo que ese deseo comenzó a frustrarse cuando el primer gran debate se suscitó para decidir quién debería ponerse al teléfono en nombre de la Unión cuando Obama llamase desde la Casa Blanca. Lo que hace el afán de protagonismo... Supongo que el resto de las discusiones no levantan tanto revuelo porque otros acuerdos (arrasar con las riquezas naturales de algún país africano por ejemplo), es más conveniente hacerlos en silencio.
Hubo, por cierto, algo frustrante en el entorno del evento. La crisis nos está azotando sin piedad, pero el personal que se arremolinó para presenciar desde la calle el desfile de invitados no lo hizo para gritar sus infortunios, ni portaba pancarta alguna alusiva al cierre de empresas y al aumento del paro. Por lo visto fueron a ver el traje nuevo de la princesa, y los únicos gritos que se escuchaban eran para confirmarle lo guapa que estaba. A veces pienso que la estupidez humana no tiene límites...
Pero pasaron los días, y nos sobrevino el terremoto de Haití. Viene bien algo así de vez en cuando, porque sirve para convencernos de lo solidarios que podemos ser, olvidando que habíamos condenado indiferentes a una lenta muerte a ese país en el que la pobreza, la rapiña económica y las enfermedades hacían el trabajo sucio por nosotros. Su Palacio de Gobierno era verdaderamente imponente, pero el 80% de la población carecía de asistencia sanitaria. Se refirió mi admirado Manuel Vicent un día a la ONU, definiéndola como una organización cada día más compleja y costosa para impedir que los pobres maten a los ricos. Gran verdad, si le añadimos que el sistema es una habitación con camas separadas. Y cuanto más separadas mejor. Incluso en los momentos solidarios a causa de una tragedia se da la paradoja que nadie ha querido legislar para evitar que los de siempre hagan negocio: En La Unión Europea no existe ninguna norma que impida a una entidad financiera cobrar comisiones por una donación, o para que las líneas telefónicas que captan las ayudas sean gratuitas. Evidentemente, las multinacionales del teléfono y los bancos podrían tomar esa iniciativa de motu propio, pero a estas alturas, sería demasiado ingenuo pensarlo siquiera.
Hubo, por cierto, algo frustrante en el entorno del evento. La crisis nos está azotando sin piedad, pero el personal que se arremolinó para presenciar desde la calle el desfile de invitados no lo hizo para gritar sus infortunios, ni portaba pancarta alguna alusiva al cierre de empresas y al aumento del paro. Por lo visto fueron a ver el traje nuevo de la princesa, y los únicos gritos que se escuchaban eran para confirmarle lo guapa que estaba. A veces pienso que la estupidez humana no tiene límites...
Pero pasaron los días, y nos sobrevino el terremoto de Haití. Viene bien algo así de vez en cuando, porque sirve para convencernos de lo solidarios que podemos ser, olvidando que habíamos condenado indiferentes a una lenta muerte a ese país en el que la pobreza, la rapiña económica y las enfermedades hacían el trabajo sucio por nosotros. Su Palacio de Gobierno era verdaderamente imponente, pero el 80% de la población carecía de asistencia sanitaria. Se refirió mi admirado Manuel Vicent un día a la ONU, definiéndola como una organización cada día más compleja y costosa para impedir que los pobres maten a los ricos. Gran verdad, si le añadimos que el sistema es una habitación con camas separadas. Y cuanto más separadas mejor. Incluso en los momentos solidarios a causa de una tragedia se da la paradoja que nadie ha querido legislar para evitar que los de siempre hagan negocio: En La Unión Europea no existe ninguna norma que impida a una entidad financiera cobrar comisiones por una donación, o para que las líneas telefónicas que captan las ayudas sean gratuitas. Evidentemente, las multinacionales del teléfono y los bancos podrían tomar esa iniciativa de motu propio, pero a estas alturas, sería demasiado ingenuo pensarlo siquiera.
Pues lo mismo pasa con los países. La pregunta más pertinente es: ¿Qué necesita más inversión, la ayuda urgente ante las tragedias en el mal llamado Tercer Mundo, o crear las infraestructuras necesarias para que estas no sucedan? En la respuesta está la raíz de lo injusto del sistema. Por cierto, ahora que caigo... Tanto que les gusta hablar a nuestros obispos, ¿alguien les ha escuchado una voz solidaria ante el drama?
3 comentarios:
Sí, escuchamos a Munilla. ¿No recuerdas?
¿Dar una oportunidad desinteresada a los haitianos para que tengan un futuro con un mínimo de dignidad? Denegado!! Esa realidad no genera beneficios para las multinacionales. Lamentablemente no interesa a casi nadie...
Recuerdo perfectamente esas declaraciones. Y también el asombro y la indignación que me supusieron. Luego viene la historia de siempre: Intentar salir del paso argumentando que se sacan de contexto o se malinterpetan... En fín, la historia de siempre.
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