sábado, 7 de noviembre de 2009

LAS VUELTAS DE TAGANANA


La bruma hacía de escolta
y guiaba mis pasos
en el antiguo Camino Real
de Taganana...
Vuelta tras vuelta,
tras la espesura del bosque,
el sol ocultaba su mirada.
Aunque fatigado
por la exigente ascensión
hacia la cumbre,
no dejaba de asombrarme
por la belleza exquisita
de aquél entorno espectral.
Tanto sosiego se hacía extraño,
sólo el piar de los pájaros
y el vuelo precipitado
de alguna paloma
resonaba entre el ramaje.
La humedad explosionaba
en un verdor brillante
en torno al estrecho sendero.
El aire se daba prisa,
jugando caprichoso con la niebla,
y en el corazón resurgió
un sentimiento parecido
al percibido en el seno materno.
La ciudad era un eco lejano,
perdido entre los recuerdos
que contaminan el alma:
Denso, casi impenetrable,
en cada recodo, en cada curva,
el camino regalaba al excursionista
el don de la reconciliación
consigo mismo y su entorno.

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