Imagen: Foto de guerrilleros españoles en el Valle de Arán, veteranos combatientes de la 2ª Guerra Mundial en las filas de las Fuerzas Francesas del Interior, donde la mayoría habían sido condecorados por sus acciones en combate.
La cosa va de mal en peor, y ya pocos de nosotros tenemos alguna esperanza. Hace meses que vagamos como alimañas acosadas por el monte. Parecemos almas en pena, el cerco al que nos tienen sometidos se estrecha cada vez más y en ningún pueblo de la comarca quieren saber de nosotros. Mucho menos se atreven a ayudarnos, por miedo a las terribles represalias que ello les pudiese acarrear... La represión ha sido tan despiadada que ha conseguido su propósito. Los encuentros con guardias civiles y falangistas ya son pan de cada día, y las emboscadas moneda frecuente que nos causan continuas bajas.
La lucha ha perdido sentido, ya no tiene un fondo político, hace meses que no hemos recibido ninguna consigna desde el exterior y nos limitamos al esfuerzo sobrehumano por sobrevivir. Además El Jaro ha muerto.
El Jaro no era nuestro jefe oficialmente porque nadie lo había elegido para semejante puesto. Sabemos que así ocurría en otros grupos, pero estando el Jaro con nosotros no hubo necesidad de elegir a nadie. Todo el mundo aceptó su liderazgo de manera natural, porque sus decisiones estaban llenas de sentido común, conocía el monte como la palma de su mano, y era el primero en arriesgarse a la hora del combate. Siempre que se deliberaba sobre algo, cada uno de nosotros iba dando su opinión mientras él permanecía callado. Luego, cuando tomaba la palabra, las dudas desaparecían como por ensalmo, pues las resolvía con inteligencia. Pero con su muerte, acaecida hace cuatro meses, empezaron las tensiones entre nosotros y los continuos reveses.
Han muerto tantos buenos compañeros... No podemos continuar así, y hemos resuelto que cada uno ha de sentirse libre para tomar una decisión al respecto. Estamos seguros de que nadie osará pedirnos cuentas. Sabemos desde hace tiempo que el maquis ha fracasado, y somos los últimos que quedamos en la zona.
Mi hermano y yo hemos tomado una resolución, aunque no sé si los demás estarán de acuerdo y nos van a seguir. No creemos que dejarse matar en estas condiciones tenga nada de revolucionario, así que hemos decidido volver de nuevo a Francia. Allí descansaremos, retomaremos fuerzas. La lucha contra el fascismo no ha terminado, y tiene toda la pinta de ser larga y dura. Pero antes queremos dejar nuestro sello de despedida: Mi hermano dice que su Máuser le quiere dar un beso cálido a Don Gonzalo. Por mi parte no sé si es mi pistola o la indignación que me corroe por dentro las que tiemblan, cuando pienso en el mal que ese mal bicho ha causado a tanta gente inocente desde que se puso el uniforme falangista y decidió que hacer el saludo fascista era muy conveniente para sus intereses... No pensamos irnos sin hacerle una visita de despedida. Aunque nos vaya la vida en ello. Porque habrá valido la pena caer en esta última misión si logramos con ello erradicar de este mundo a semejante alimaña.
La lucha ha perdido sentido, ya no tiene un fondo político, hace meses que no hemos recibido ninguna consigna desde el exterior y nos limitamos al esfuerzo sobrehumano por sobrevivir. Además El Jaro ha muerto.
El Jaro no era nuestro jefe oficialmente porque nadie lo había elegido para semejante puesto. Sabemos que así ocurría en otros grupos, pero estando el Jaro con nosotros no hubo necesidad de elegir a nadie. Todo el mundo aceptó su liderazgo de manera natural, porque sus decisiones estaban llenas de sentido común, conocía el monte como la palma de su mano, y era el primero en arriesgarse a la hora del combate. Siempre que se deliberaba sobre algo, cada uno de nosotros iba dando su opinión mientras él permanecía callado. Luego, cuando tomaba la palabra, las dudas desaparecían como por ensalmo, pues las resolvía con inteligencia. Pero con su muerte, acaecida hace cuatro meses, empezaron las tensiones entre nosotros y los continuos reveses.
Han muerto tantos buenos compañeros... No podemos continuar así, y hemos resuelto que cada uno ha de sentirse libre para tomar una decisión al respecto. Estamos seguros de que nadie osará pedirnos cuentas. Sabemos desde hace tiempo que el maquis ha fracasado, y somos los últimos que quedamos en la zona.
Mi hermano y yo hemos tomado una resolución, aunque no sé si los demás estarán de acuerdo y nos van a seguir. No creemos que dejarse matar en estas condiciones tenga nada de revolucionario, así que hemos decidido volver de nuevo a Francia. Allí descansaremos, retomaremos fuerzas. La lucha contra el fascismo no ha terminado, y tiene toda la pinta de ser larga y dura. Pero antes queremos dejar nuestro sello de despedida: Mi hermano dice que su Máuser le quiere dar un beso cálido a Don Gonzalo. Por mi parte no sé si es mi pistola o la indignación que me corroe por dentro las que tiemblan, cuando pienso en el mal que ese mal bicho ha causado a tanta gente inocente desde que se puso el uniforme falangista y decidió que hacer el saludo fascista era muy conveniente para sus intereses... No pensamos irnos sin hacerle una visita de despedida. Aunque nos vaya la vida en ello. Porque habrá valido la pena caer en esta última misión si logramos con ello erradicar de este mundo a semejante alimaña.
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