jueves, 17 de abril de 2008

EL SUEÑO ENCERRADO


Sentado en las rocas, frente al mar, con su pipa encendida y humeante en una mano y un vaso de licor en el otro, aquél hombre llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la misma idea: Pensaba en el sueño no alcanzado, subsistiendo año tras año en su corazón, abrumado por tanta espera. Su mirada se perdía en el horizonte mientras que, aprovechando la marea baja, los cangrejos corrían de charco en charco, pequeños espejos de agua donde se miraban las nubes al pasar.
En un movimiento cientos de veces repetido, se acercó caminando despacio hasta la orilla, ensimismado, hasta dejar que el agua le mojara los pies. Allí se apoderaba de él un ansia de despojarse de la ropa, y lanzarse al agua tal y como había venido al mundo. Luego nadaría con decisión, sin volver la vista atrás, y sin más equipaje que la ilusión de encontrar algo nuevo que le diese sentido a su vida...
En algún momento alcanzaría otra orilla, cansado y feliz, dispuesto a empezar de nuevo, desprendido de títulos absurdos y trabajos irrazonables, de las obligaciones y urgencias que le imponía su vida anterior, de sus preocupaciones, de su pasado... de su existencia entera. Sería una persona nueva, sin ataduras, libre para ser lo que quisiera, sin sometimientos ni prisiones, sin historias ni rutinas. Con esperanzas e ilusiones a los que no estaría dispuesto a renunciar de nuevo...
Le devolvió a la realidad el ruido de unos pasos que se acercaban. Los conocía bien. Eran los de su mujer y su hija, que venían a buscarle. Se hacía tarde y era la hora de preparar la mesa para la cena. Se obligó a sonreírles para que el desánimo no se le reflejase en la cara. Como siempre hacía en aquellas situaciones. En cierto modo, ellas se habían convertido sin saberlo en sus carceleras, pero como culparlas si al mismo tiempo eran lo único bueno que tenía...
Se alejaron los tres de la orilla, dándole la espalda al ocaso del día, mientras el hombre obligaba a su sueño a esconderse en el mismo lugar donde, desde hacía tanto tiempo, permanecía encerrado...
Y mientras abrazaba a sus dos amores, dedicó un último pensamiento a lo que habría al otro lado del horizonte, y supo que en realidad estaba dentro de si mismo, en la sempiterna lucha que mantenían la cobardía que interrumpió su camino y le obligó a fabricar el destino que lo transformó en lo que ahora era, y la necesidad de respirar aires cargados de libertad. En realidad, cuando extraviaba la mirada más allá del mar buscaba algo que ya era imposible encontrar, porque con el paso de los años lo había ido apartando, ignorando y engañando... Ahora sólo le quedaban ese lugar impreciso, la zona alborotada donde nacía su sueño... y los dos seres que se resguardaban en sus brazos. Porque en el amor puede estar la redención, si uno consigue que lo sea todo: Ternura, tolerancia y entrega: Nuestra última y única esperanza para darle un cierto sentido a la vida.

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