Los que prefieren no recordar, se esfuerzan tanto por cumplir su consigna que a veces hasta consiguen no echar de menos a nada ni a nadie. Procuran olvidarse desde que aparece la claridad del día, se despiertan, abren los ojos y hacen un esfuerzo terrible por levantarse para afrontar una nueva jornada.
El caso es que en determinadas circunstancias la vida consiste en mantenerse en un precario equilibrio, procurar levantarse de todas las caídas y no dejar de intentar encaramarse a los viejos ideales e ilusiones para alzar los brazos y ser vistos por el tren de la vida que pasa por nuestra estación sin pararse.
El problema de intentar escapar de los recuerdos, es que no puede hacerse lo mismo con lo que uno olvida. Porque esa circunstancia puede tener vida propia y presentarse cuando menos se le espera. Por eso, a los que optan por olvidar siempre les queda en el alma una pequeña ración de sueños rotos. Algo que alimenta su obsesión y convierte su esfuerzo en una rueda incesante que gira sobre si misma para regresar siempre al mismo sitio: El intento agotador de olvidarlo todo para acabar recordando lo más les atormenta. Para ellos, el paraíso sería ahuyentar de una vez por todas la capacidad de recordar: Así el pasado dejaría de ser alimento para el dolor...
Mientras tanto, se olvidan de las facturas de la vida, las letras impagadas, lo que no supieron decir en el momento apropiado, lo que nunca hicieron por comodidad o cobardía... Procuran, en definitiva, esconder debajo del agujero negro de la memoria los nombres peligrosos de los que huyeron, las esperanzas acumuladas que nunca hicieron realidad, los riesgos que no supieron tomar... Todo lo que pudiera hacer que la piel les arda con la pasión del entusiasmo, y que están seguros que después de la catástrofe posterior no les iba a servir ni de chatarra.
El caso es que en determinadas circunstancias la vida consiste en mantenerse en un precario equilibrio, procurar levantarse de todas las caídas y no dejar de intentar encaramarse a los viejos ideales e ilusiones para alzar los brazos y ser vistos por el tren de la vida que pasa por nuestra estación sin pararse.
El problema de intentar escapar de los recuerdos, es que no puede hacerse lo mismo con lo que uno olvida. Porque esa circunstancia puede tener vida propia y presentarse cuando menos se le espera. Por eso, a los que optan por olvidar siempre les queda en el alma una pequeña ración de sueños rotos. Algo que alimenta su obsesión y convierte su esfuerzo en una rueda incesante que gira sobre si misma para regresar siempre al mismo sitio: El intento agotador de olvidarlo todo para acabar recordando lo más les atormenta. Para ellos, el paraíso sería ahuyentar de una vez por todas la capacidad de recordar: Así el pasado dejaría de ser alimento para el dolor...
Mientras tanto, se olvidan de las facturas de la vida, las letras impagadas, lo que no supieron decir en el momento apropiado, lo que nunca hicieron por comodidad o cobardía... Procuran, en definitiva, esconder debajo del agujero negro de la memoria los nombres peligrosos de los que huyeron, las esperanzas acumuladas que nunca hicieron realidad, los riesgos que no supieron tomar... Todo lo que pudiera hacer que la piel les arda con la pasión del entusiasmo, y que están seguros que después de la catástrofe posterior no les iba a servir ni de chatarra.
1 comentario:
Ya lo creo yo que no se puede escapar de los recuedos... eteeernas cargas algunos para toda la vida,pero bueno... tambien es parte de haber vivido sin reprimirse por miedo a vivir...
Como estas paco? ya viste mi nuevo album?...
besos
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