Imagen: "Hombre gris", fotografía de Antoniomas
Era un hombre que no se significaba por nada en especial, con una familia normal, un trabajo normal, unos amigos normales... Su vida era de lo más común: Uno más entre ese ejército gris, de seres corrientes y anónimos que son el sostén de la sociedad.
En su anodina existencia, nadie conocía su verdadero aspecto, ni las razones por las que usaba aquella máscara que lucía siempre una sonrisa. La única parte de su anatomía que no lograba cubrir del todo permitía distinguir unos ojos negros, que denotaban tristeza. Un contraste en el que nadie reparaba.
Nuestro protagonista era muy apreciado por su carácter afable y se esforzaba en evitar cualquier clase de conflicto en su vida normal, con su familia normal, en su trabajo normal, con sus amigos normales. La gente se aprovechaba de su amabilidad y buen hacer, porque no le importaba poner la otra mejilla en el gesto sonriente de su disfraz. Así transcurrieron años de horas extra sin contrapartidas en el trabajo, miradas huidizas en la calle y silencios en el hogar.
Hasta que un mal día, un vecino se atrevió a quitarle el sitio cuando pretendía aparcar su coche... Nadie se explica por qué, pero la eterna sonrisa desapareció, dejando en su lugar una mueca extraña en aquella cara normal, y un reguero de sangre por todas las esquinas del barrio.
En su anodina existencia, nadie conocía su verdadero aspecto, ni las razones por las que usaba aquella máscara que lucía siempre una sonrisa. La única parte de su anatomía que no lograba cubrir del todo permitía distinguir unos ojos negros, que denotaban tristeza. Un contraste en el que nadie reparaba.
Nuestro protagonista era muy apreciado por su carácter afable y se esforzaba en evitar cualquier clase de conflicto en su vida normal, con su familia normal, en su trabajo normal, con sus amigos normales. La gente se aprovechaba de su amabilidad y buen hacer, porque no le importaba poner la otra mejilla en el gesto sonriente de su disfraz. Así transcurrieron años de horas extra sin contrapartidas en el trabajo, miradas huidizas en la calle y silencios en el hogar.
Hasta que un mal día, un vecino se atrevió a quitarle el sitio cuando pretendía aparcar su coche... Nadie se explica por qué, pero la eterna sonrisa desapareció, dejando en su lugar una mueca extraña en aquella cara normal, y un reguero de sangre por todas las esquinas del barrio.
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