No siempre hay oportunidades para hacerlo, pero siempre me ha gustado adquirir libros viejos. Sus páginas amarillentas y el olor especial que desprenden convierten su lectura en algo único, independientemente del tema que traten. Teniendo un ejemplar añejo en las manos me resulta imposible abstenerme de reflexionar sobre su historia: Quiénes lo habrán poseído antes que yo, y las razones que les movieron a desprenderse de él... Si extraña el lugar donde habría sido ubicado en su primera biblioteca, y si habré podido acertar en el que le he destinado en la mía... Recuerdo en especial uno que llegó hasta mí en bastante mal estado, la portada rota e incluso con algunas páginas sueltas. Lo adquirí en una de esas Librerías de Viejo, verdaderos Templos de Amor a la Literatura que espero nunca desaparezcan del todo en la sociedad de la modernidad que se nos impone. Resulta curioso que lo que me impulsó a comprarlo no fue su contenido –era una novela de amor y ese tema no está precisamente entre mis preferidos-, sino que hojeándolo encontré dentro una flor seca, testimonio de una historia que a mis ojos le otorgaba al libro un significado excepcional.
Seguramente llegó a ser importante para alguien que imaginé del sexo femenino, ya que suelen ser las mujeres las que demuestran su maravilloso concepto de la ternura con acciones como esa. Se convirtió de inmediato en un recuerdo de sueños, ilusiones y esperanzas ajenas que había que tratar con sumo respeto. Una reliquia en forma de flor olvidada y seca que merecía un mejor destino que perecer del todo porque el nicho que la guardaba también lo hiciera lleno de polvo en la soledad en un mostrador.
Me gusta pensar que aún queda gente que conserva sus sueños entre las páginas de un libro. Me gustaría aún más que los libros fuesen uno de los nexos de unión entre personas que se quieren y comparten esos sueños... No lo olviden, si aún les queda un regalo que comprar para Reyes, ahora que la frialdad de los aparatos electrónicos y los aromas de perfumes se imponen entre tanto mensaje publicitario que nos asfixia.
Seguramente llegó a ser importante para alguien que imaginé del sexo femenino, ya que suelen ser las mujeres las que demuestran su maravilloso concepto de la ternura con acciones como esa. Se convirtió de inmediato en un recuerdo de sueños, ilusiones y esperanzas ajenas que había que tratar con sumo respeto. Una reliquia en forma de flor olvidada y seca que merecía un mejor destino que perecer del todo porque el nicho que la guardaba también lo hiciera lleno de polvo en la soledad en un mostrador.
Me gusta pensar que aún queda gente que conserva sus sueños entre las páginas de un libro. Me gustaría aún más que los libros fuesen uno de los nexos de unión entre personas que se quieren y comparten esos sueños... No lo olviden, si aún les queda un regalo que comprar para Reyes, ahora que la frialdad de los aparatos electrónicos y los aromas de perfumes se imponen entre tanto mensaje publicitario que nos asfixia.
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