Por favor, que pase pronto este maldito verano. Cómo se añoran esos meses de canícula en los que no pasaba nada, en que también las malas noticias se iban de vacaciones, en los que todo quedaba sumido en el sopor y los calores. Esta vez no, porque la angustia se ha adueñado de las islas, con su piel abrasada y una de sus hijas salvajemente asesinada. Duele ver el color negro que se ha apoderado de los montes y duele el desconsuelo de una familia que ha perdido a su hija. Se hace duro tragar con todo esto, intentar reproducir la alegría de un tiempo destinado al descanso y la relajación. La sonrisa quebrada en mueca se nos ha congelado para mucho tiempo, a pesar de las altas temperaturas.
Ahora sabemos que basta con que haya una persona motivada para desgarrarnos los ánimos. Con que la estupidez o la maldad de alguien se hagan presentes en nuestra realidad. Con eso es suficiente. Que se lo pregunten a la familia o amigos de Fernanda, o a la gente que ha perdido sus casas y animales a causa del fuego. Lo hemos visto en la soberbia de alguien molesto porque no le renovaban un contrato, o en la increíble obsesión de un perturbado que no ha cejado en intentar prender fuego al monte hasta conseguirlo, o en la fatal atracción que la vitalidad de una niña de 15 años ha ejercido sobre una mente enferma...
Siempre ha sobrecogido al ser humano la fragilidad con que las cosas se nos rompen, cómo un mínimo detalle puede dar al traste con nuestra vida, con nuestros planes, con el futuro por muy bien planificado que lo tengamos. Ese lugar donde habita el absurdo nos asusta. Estamos todos ahora mismo con ganas de dar rienda suelta a la indignación, y eso puede ser también un peligro. Hasta cierto punto es aceptable, pero cuidado con los que intentan aprovechar las circunstancias para llevar las aguas a su molino. Las responsabilidades se piden en frío, no en caliente. Si ha habido dejadez o incompetencia en lo relacionado con los incendios, instancias hay donde pedir responsabilidades. Pero no es admisible que se de pábulo a la idea de que igual se habrían controlado más fácilmente si no se les hubiese impedido a los propios vecinos combatir el fuego. Si hubiese sido así, igual el balance estaría hablando también de víctimas mortales. Otra cosa es lo sucedido en Tenerife, donde se tenía identificado al sospechoso de prender el monte, que lo había intentado ya en numerosas ocasiones y a nadie se le ocurrió mantenerlo bajo estrecha vigilancia, teniendo en cuenta el efecto llamada de lo que ocurría en Gran Canaria... Ahí es donde debe incidirse, porque los que tienen la información han de tomar decisiones proporcionales a la gravedad de la misma. Los demás sólo lo hemos sabido después de la catástrofe...
Desviar la atención es la táctica que suele utilizarse. Con el fuego, hablando de la mala suerte, de las adversas condiciones climatológicas... Con el fallecimiento de Fernanda, levantando voces que hacen especial hincapié en el dato de que el detenido es colombiano... O denunciando que El Fraile, localidad del sur de Tenerife donde ha ocurrido el suceso, se ha convertido en lugar de residencia de numerosos inmigrantes. Como si eso lo explicase todo y nos diera un respiro ante nuestra propia capacidad para hacer daño. Incendiarios hay muchos y de muy variadas clases. Siempre están ahí. A la espera para salir a la luz. Aunque sea para amargarnos aún más este siniestro verano que estamos condenados a padecer...
Ahora sabemos que basta con que haya una persona motivada para desgarrarnos los ánimos. Con que la estupidez o la maldad de alguien se hagan presentes en nuestra realidad. Con eso es suficiente. Que se lo pregunten a la familia o amigos de Fernanda, o a la gente que ha perdido sus casas y animales a causa del fuego. Lo hemos visto en la soberbia de alguien molesto porque no le renovaban un contrato, o en la increíble obsesión de un perturbado que no ha cejado en intentar prender fuego al monte hasta conseguirlo, o en la fatal atracción que la vitalidad de una niña de 15 años ha ejercido sobre una mente enferma...
Siempre ha sobrecogido al ser humano la fragilidad con que las cosas se nos rompen, cómo un mínimo detalle puede dar al traste con nuestra vida, con nuestros planes, con el futuro por muy bien planificado que lo tengamos. Ese lugar donde habita el absurdo nos asusta. Estamos todos ahora mismo con ganas de dar rienda suelta a la indignación, y eso puede ser también un peligro. Hasta cierto punto es aceptable, pero cuidado con los que intentan aprovechar las circunstancias para llevar las aguas a su molino. Las responsabilidades se piden en frío, no en caliente. Si ha habido dejadez o incompetencia en lo relacionado con los incendios, instancias hay donde pedir responsabilidades. Pero no es admisible que se de pábulo a la idea de que igual se habrían controlado más fácilmente si no se les hubiese impedido a los propios vecinos combatir el fuego. Si hubiese sido así, igual el balance estaría hablando también de víctimas mortales. Otra cosa es lo sucedido en Tenerife, donde se tenía identificado al sospechoso de prender el monte, que lo había intentado ya en numerosas ocasiones y a nadie se le ocurrió mantenerlo bajo estrecha vigilancia, teniendo en cuenta el efecto llamada de lo que ocurría en Gran Canaria... Ahí es donde debe incidirse, porque los que tienen la información han de tomar decisiones proporcionales a la gravedad de la misma. Los demás sólo lo hemos sabido después de la catástrofe...
Desviar la atención es la táctica que suele utilizarse. Con el fuego, hablando de la mala suerte, de las adversas condiciones climatológicas... Con el fallecimiento de Fernanda, levantando voces que hacen especial hincapié en el dato de que el detenido es colombiano... O denunciando que El Fraile, localidad del sur de Tenerife donde ha ocurrido el suceso, se ha convertido en lugar de residencia de numerosos inmigrantes. Como si eso lo explicase todo y nos diera un respiro ante nuestra propia capacidad para hacer daño. Incendiarios hay muchos y de muy variadas clases. Siempre están ahí. A la espera para salir a la luz. Aunque sea para amargarnos aún más este siniestro verano que estamos condenados a padecer...
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