Acaban de morir y ya estamos envueltos en polémicas estériles. Ahora que han muerto cincuenta y la noticia sale en las portadas, todo el mundo se escandaliza. No es la primera vez que ocurre. El 6 de marzo de 2006, un total de 45 subsaharianos también perecieron ahogados cuando volcaron los dos cayucos en los que viajaban con destino a Canarias tras partir desde Mauritania. Media Luna Roja informó de que los cuerpos habían sido empujados por las corrientes hasta aguas al norte del Sahara occidental, pero nunca se supo el lugar exacto del naufragio. Ese mismo año, el 17 de diciembre, 25 inmigrantes fueron rescatados por unos pescadores cerca de la ciudad senegalesa de San Luis, después de llevar dos semanas a la deriva. Dijeron que en la barca viajaban 127 personas, pero volcó en dos ocasiones, por lo que muchos murieron ahogados y algunos de los que lograron agarrarse a la barca perecieron por inanición.
Pero todo esto da igual. Mañana ya se habrá olvidado y volveremos a la perversa normalidad: la del goteo incesante de víctimas en los cayucos que logran llegar, pero con algún muerto a bordo que no llama la atención de nadie: uno hoy, otro mañana y así eternamente, en silencio. Han convertido ese trozo de océano en un inmenso cementerio.
Y vuelta de nuevo a debatir sobre lo que alguien bautizó perversamente como efecto llamada, cuando no existe. Hay que ser ciego, tener muy mala conciencia o una bajeza moral extrema para aprovechar las circunstancias y sacar tajada con expresiones como esa: Lo que sí hay es el “Efecto Salida”: Unas miserables condiciones de vida, sin perspectivas de mejora que te impulsan a huir como sea. Y que no me hablen de los riesgos de la inmigración, porque el verdadero peligro está en otro continente, el que agoniza entre la indiferencia de los que sólo saben mirarse su propio ombligo.
Por encima de las fronteras, de las leyes internacionales, de nuestro derecho al trabajo y de conservar nuestro maravilloso estatus social, está el derecho que tienen ellos a la vida y a luchar por su futuro. Decir lo contrario es la mayor de las indecencias, porque se hace por haber tenido la suerte de nacer en este lado de la línea. Ya me habría gustado ver lo que opinarían algunos, si no hubiese sido así... La única frontera válida, es la que separa a la buena de la mala gente. Y en eso no influye dónde se haya nacido, ni el color de la piel, ni la religión.
Se han ahogado en las mismas aguas donde tantos momentos felices he pasado, en ese mar que veo cada mañana al levantarme, a dos pasos de esta costa que amo. Hoy sólo hay lugar para la indignación, la rabia y la impotencia... Pero también el agradecimiento hacia los equipos de rescate, que continuamente ponen en peligro sus vidas y han de pasar por experiencias terribles. Gentes que se arrojan al mar ellos mismos para salvar las vidas de otros a riesgo de la suya y han de contemplar como mientras ayudan a unos, otros se van hundiendo sin remedio. Para su generosidad, su valor y angustia va todo mi respeto. Lo que no puedo llegar a imaginarme es la catadura moral de los que parece que se alegran de que no hayan logrado llegar, porque pueden aprovecharlo en beneficio propio. Perdónenme la expresión, pero dan asco.
Pero todo esto da igual. Mañana ya se habrá olvidado y volveremos a la perversa normalidad: la del goteo incesante de víctimas en los cayucos que logran llegar, pero con algún muerto a bordo que no llama la atención de nadie: uno hoy, otro mañana y así eternamente, en silencio. Han convertido ese trozo de océano en un inmenso cementerio.
Y vuelta de nuevo a debatir sobre lo que alguien bautizó perversamente como efecto llamada, cuando no existe. Hay que ser ciego, tener muy mala conciencia o una bajeza moral extrema para aprovechar las circunstancias y sacar tajada con expresiones como esa: Lo que sí hay es el “Efecto Salida”: Unas miserables condiciones de vida, sin perspectivas de mejora que te impulsan a huir como sea. Y que no me hablen de los riesgos de la inmigración, porque el verdadero peligro está en otro continente, el que agoniza entre la indiferencia de los que sólo saben mirarse su propio ombligo.
Por encima de las fronteras, de las leyes internacionales, de nuestro derecho al trabajo y de conservar nuestro maravilloso estatus social, está el derecho que tienen ellos a la vida y a luchar por su futuro. Decir lo contrario es la mayor de las indecencias, porque se hace por haber tenido la suerte de nacer en este lado de la línea. Ya me habría gustado ver lo que opinarían algunos, si no hubiese sido así... La única frontera válida, es la que separa a la buena de la mala gente. Y en eso no influye dónde se haya nacido, ni el color de la piel, ni la religión.
Se han ahogado en las mismas aguas donde tantos momentos felices he pasado, en ese mar que veo cada mañana al levantarme, a dos pasos de esta costa que amo. Hoy sólo hay lugar para la indignación, la rabia y la impotencia... Pero también el agradecimiento hacia los equipos de rescate, que continuamente ponen en peligro sus vidas y han de pasar por experiencias terribles. Gentes que se arrojan al mar ellos mismos para salvar las vidas de otros a riesgo de la suya y han de contemplar como mientras ayudan a unos, otros se van hundiendo sin remedio. Para su generosidad, su valor y angustia va todo mi respeto. Lo que no puedo llegar a imaginarme es la catadura moral de los que parece que se alegran de que no hayan logrado llegar, porque pueden aprovecharlo en beneficio propio. Perdónenme la expresión, pero dan asco.
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