Ha habido épocas en que la había perdido. Afortunadamente es persistente y siempre vuelve. Cuando en tu vida ha habido un cierto grado de compromiso, a veces no puedes evitar sentirte traicionado. He perdido muchas veces, pero eso no importa. Lo que duele es la traición de los que considerabas tuyos, de los que hacen trizas tus ilusiones. Soy de una generación que ha vivido en carne propia cambios importantes en esta tierra. Hubo un tiempo en que la calle era nuestro terrero y junto a tantos compañeros, reivindicábamos cuestiones que respiraban verdad, justicia y solidaridad. Nuestras ilusiones tenían que ver con mundos nuevos, y se encarnaban en personas que liderarían el futuro. Después...
Después vino la realidad con su carga de creencias pisoteadas por los mismos que las habían abanderado; el asombro al ver a los antiguos camaradas ocupando las poltronas del poder; la indignación al comprobar lo a gusto que se encontraban codeándose con los poderosos. Llegó la ira al descubrir que los mismos que habían figurado como los más radicales, se transformaron para abanderar y buscar justificaciones ideológicas a la revolución conservadora. Para qué seguir. Es una historia conocida por todos. Así que se resquebrajaron los sueños y durante un tiempo transité por caminos donde no había señales de esperanza.
Hasta que me di cuenta de que con esa actitud le hacía el juego a los traidores. Me dije que puede que cambien los problemas, pero las causas son siempre las mismas, así como los culpables. Volví a mirar alrededor y comprobé que nuevas generaciones se habían incorporado a aquella lucha que creía abandonada. Indagué en artículos de opinión, en libros de ensayo, descubrí ideas renovadoras, nuevas formas de compromiso. Cuando vine a darme cuenta, la esperanza regresaba con nuevos bríos. Renací con alegría a la preocupación sobre el bienestar de la gente, la inquietud por el estado del planeta, la solidaridad con los olvidados..., pero también por salvar lo que han dejado en pie los especuladores de lo que eran estas islas y que aún puede ser protegido. Y sé que ha habido muchos que han vivido la misma trayectoria vital. Estamos volviendo a encontrarnos.
Hoy vuelvo a creer que hay personas que no desean pringarse, ni medrar, ni enriquecerse, ni asentar sus posaderas políticas sobre el cadáver de nadie. Puede que no me crean, pero es cierto. Por muchas otras cosas, pero también por todo lo que he contado, me acerqué a las urnas en las pasadas elecciones. Ahora sé que aquél futuro que vislumbraban mis ilusiones juveniles aún está por venir: Está teñido de Verde. Ese ha sido el color de mi voto: Y curiosamente, es el color de la esperanza.
Y en el día después, me gustaría añadir una posdata, porque hace tiempo que mis ideas han dejado de ser excluyentes. Ya que hablo de esperanza, ésta ha hecho aparición en una ciudad que no es la mía, pero a la que también quiero; y llega personificada en una de las pocas figuras políticas que siguen mereciendo mi respeto. La alegría que hoy siento tiene dos nombres propios: Las Palmas y Jerónimo Saavedra. Felicidades.
Después vino la realidad con su carga de creencias pisoteadas por los mismos que las habían abanderado; el asombro al ver a los antiguos camaradas ocupando las poltronas del poder; la indignación al comprobar lo a gusto que se encontraban codeándose con los poderosos. Llegó la ira al descubrir que los mismos que habían figurado como los más radicales, se transformaron para abanderar y buscar justificaciones ideológicas a la revolución conservadora. Para qué seguir. Es una historia conocida por todos. Así que se resquebrajaron los sueños y durante un tiempo transité por caminos donde no había señales de esperanza.
Hasta que me di cuenta de que con esa actitud le hacía el juego a los traidores. Me dije que puede que cambien los problemas, pero las causas son siempre las mismas, así como los culpables. Volví a mirar alrededor y comprobé que nuevas generaciones se habían incorporado a aquella lucha que creía abandonada. Indagué en artículos de opinión, en libros de ensayo, descubrí ideas renovadoras, nuevas formas de compromiso. Cuando vine a darme cuenta, la esperanza regresaba con nuevos bríos. Renací con alegría a la preocupación sobre el bienestar de la gente, la inquietud por el estado del planeta, la solidaridad con los olvidados..., pero también por salvar lo que han dejado en pie los especuladores de lo que eran estas islas y que aún puede ser protegido. Y sé que ha habido muchos que han vivido la misma trayectoria vital. Estamos volviendo a encontrarnos.
Hoy vuelvo a creer que hay personas que no desean pringarse, ni medrar, ni enriquecerse, ni asentar sus posaderas políticas sobre el cadáver de nadie. Puede que no me crean, pero es cierto. Por muchas otras cosas, pero también por todo lo que he contado, me acerqué a las urnas en las pasadas elecciones. Ahora sé que aquél futuro que vislumbraban mis ilusiones juveniles aún está por venir: Está teñido de Verde. Ese ha sido el color de mi voto: Y curiosamente, es el color de la esperanza.
Y en el día después, me gustaría añadir una posdata, porque hace tiempo que mis ideas han dejado de ser excluyentes. Ya que hablo de esperanza, ésta ha hecho aparición en una ciudad que no es la mía, pero a la que también quiero; y llega personificada en una de las pocas figuras políticas que siguen mereciendo mi respeto. La alegría que hoy siento tiene dos nombres propios: Las Palmas y Jerónimo Saavedra. Felicidades.
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