Recuerdo especialmente las mañanas de domingo: Salía a pasear por los senderos, desayunaba en alguna cafetería y compraba los periódicos, que leía con calma apoyado en la sombra del tronco de un árbol centenario, que pronto se convirtió en mi rincón favorito. A veces simplemente me dedicaba a ver pasar la gente: Deportistas, simples paseantes, perros que sacaban a dar una vuelta a sus dueños, niños que jugaban felices...
Pronto me fijé en una pareja muy especial, a los que siempre veía de lejos: Ella iba sentada en una vieja silla de ruedas, y él empujaba con brío mientras conversaban animadamente acompañados de risas y mucha ternura. Se les veía contentos y de alguna manera, evidentemente sin pretenderlo, lograban contagiarme el optimismo que irradiaban juntos. Un día que se encontraba cerca el jardinero de aquella zona, y con el que había logrado entablar una cierta amistad, saqué el tema al verlos pasar. Él los conocía mucho mejor que yo, y me confirmó que mis impresiones eran ciertas:
- Nunca he conocido una pareja más feliz que esa, a pesar de sus circunstancias - me dijo.
- ¿Se refiere a la invalidez de ella? – pregunté.
- Sí, claro – respondió. – A eso..., y a que él es ciego.
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