Qué obstinada es la pobreza, qué pesada puede ser el hambre, qué insoportable llega a ser la desesperación. Entre tanto revuelo mediático, se nos cuela por alguna esquina la noticia: Tres fallecidos en un cayuco que hacía el maldito viaje hasta Canarias. Otros tres jóvenes han caído. Pero sólo son tres negros, tres africanos que han dejado de respirar, un trío de muertos de hambre menos, tres problemas que nos hemos quitado de encima.
Sigamos con lo nuestro, con De Juana Chaos, abriendo debates falsos para ocultar lo realmente importante, con las mentiras que preparamos a propósito de las próximas contiendas electorales, intentando pescar algo en el río revuelto de la agitación más asquerosa, metiendo a los ciudadanos en una vorágine tan peligrosa como nuestra propia historia nos enseña. Qué cómodo resulta vivir en la política del espectáculo, del insulto: Nos evita lanzar propuestas razonables, establecer compromisos que posiblemente no vamos a cumplir. Que bien adormecidos están: Ya sólo les interesa si pueden sacarle humo a la tarjeta de crédito, conseguir el coche que les haga fardar, o esa pantalla plana que casi no cabe en el salón, pero que tan de moda se ha puesto.
Podemos hablar, por ejemplo, del calentamiento global o del enfrentamiento entre Bush y Chávez por ver quién es más idiota. Podemos perturbarlos con el nuevo escándalo de corrupción político-urbanística de la semana. Incluso quizás algunos crean que pueden escapar de todo y vivir en la más tierna de las inopias, copita va, ligue viene.
Nos interesan ciudadanos que nos permitan mirarnos en las sombras del pasado, quebrantar los fundamentos que nos proyectan hacia el futuro, amilanar la libertad individual y colectiva, desarmar la democracia con engaños y vilezas cuando nos conviene. Un país de pocos frente al de todos, país oscuro frente al de encuentros, país de oprobio frente al de razones. Lo fundamental es que nos permitan seguir haciendo lo que nos venga en gana.
Que sigan ahí el hambre, la desesperanza, la tristeza, la tragedia del tercer mundo, nos trae sin cuidado. Que siga la juventud de África muriendo para llegar a esta basura en lo que nos estamos convirtiendo no es nuestro problema. Que molestos pueden llegar a ser estos negros: a ellos parece que no hay manera de controlarlos.
Sigamos con lo nuestro, con De Juana Chaos, abriendo debates falsos para ocultar lo realmente importante, con las mentiras que preparamos a propósito de las próximas contiendas electorales, intentando pescar algo en el río revuelto de la agitación más asquerosa, metiendo a los ciudadanos en una vorágine tan peligrosa como nuestra propia historia nos enseña. Qué cómodo resulta vivir en la política del espectáculo, del insulto: Nos evita lanzar propuestas razonables, establecer compromisos que posiblemente no vamos a cumplir. Que bien adormecidos están: Ya sólo les interesa si pueden sacarle humo a la tarjeta de crédito, conseguir el coche que les haga fardar, o esa pantalla plana que casi no cabe en el salón, pero que tan de moda se ha puesto.
Podemos hablar, por ejemplo, del calentamiento global o del enfrentamiento entre Bush y Chávez por ver quién es más idiota. Podemos perturbarlos con el nuevo escándalo de corrupción político-urbanística de la semana. Incluso quizás algunos crean que pueden escapar de todo y vivir en la más tierna de las inopias, copita va, ligue viene.
Nos interesan ciudadanos que nos permitan mirarnos en las sombras del pasado, quebrantar los fundamentos que nos proyectan hacia el futuro, amilanar la libertad individual y colectiva, desarmar la democracia con engaños y vilezas cuando nos conviene. Un país de pocos frente al de todos, país oscuro frente al de encuentros, país de oprobio frente al de razones. Lo fundamental es que nos permitan seguir haciendo lo que nos venga en gana.
Que sigan ahí el hambre, la desesperanza, la tristeza, la tragedia del tercer mundo, nos trae sin cuidado. Que siga la juventud de África muriendo para llegar a esta basura en lo que nos estamos convirtiendo no es nuestro problema. Que molestos pueden llegar a ser estos negros: a ellos parece que no hay manera de controlarlos.
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