El protagonista de esta historia se encuentra por casualidad en el pueblo, restableciéndose de una herida de guerra en un hospital cercano. Ha salido a dar una vuelta. Y describe con desgarradora sinceridad lo que ocurre en aquella horas aciagas. Cuantes veces se han repetido desde entonces:
A media tarde estaba sentado en un banco de la plaza. Apenas había gente a la vista. De pronto fui consciente de algo que me inquietó. Era el silencio. En Gernika vivían siete mil personas y se calculaba que había varios miles más de refugiados, por lo que aquél silencio era poco natural para un lunes de mercado. Ni los pájaros cantaban.
Presté atención. No se oía nada.
Al cabo de un rato empecé a escuchar un suave ronroneo. Me levanté. Las campanas de la cercana iglesia de Santa María empezaron a redoblar con fuerza, atronando el ambiente. Algo ocurría. El ruido de las campanas ahogó el ronroneo que había oído. Empecé a escuchar gritos. La gente corría por las calles adyacentes. De pronto un ruido más fuerte que el de las campanas pasó por encima de mi cabeza. Miré hacia arriba. Era un avión alemán.
Desapareció hacia el sur. Había entrado por el norte.
Suspiré aliviado-
La gente salía de sus casas y se dirigía hacia los refugios y las iglesias.
Me quedé quieto. Al cabo de un rato, por encima del ruido de las campanas, volví a oír el sonido del avión. Regresaba. Lo busqué en el cielo. Ahora volaba más alto. Pude ver cómo se le abrían las tripas y soltaba una andanada de bombas de gran tamaño. Corrí, aunque no sabía en qué dirección hacerlo. A unos trescientos metros de donde yo estaba, en la plaza de la estación, cayeron dos bombas encima de una multitud que corría enloquecida. Se levantó una gigantesca polvareda y la onda expansiva me derribó al suelo. Un instante después me llegó, atronador, el ruido de las explosiones.
Me zumbaban los oídos y tenía una ligera conmoción, pero no estaba herido. De forma mecánica miré el reloj, eran las cuatro y media....
... Al cabo de un rato me levanté y caminé hacia la plaza. Se veía movimiento de gente. Un edificio ardía detrás de la estación. Los bomberos intentaban apagarlo. Algunas monjas y otras personas estaban recogiendo a los heridos y montándolos en un camión. los muertos se contaban por docenas. Mucha gente salía de sus casas y se dirigía a los refugios. En la iglesia de Santa María había no menos de quinientas personas. Muchas mujeres rezaban un rosario.
...Exactamente veinte minutos más tarde del primer bombardeo, las campanas de la iglesia volvieron a redoblar. todos los que estábamos en la plaza levantamos las miradas al unísono. Por el norte llegaban otros tres aviones enemigos, en línea. Medio minuto más tarde pasaron por encima de nuestras cabezas abriendo sus panzas y dejando caer de nuevo su carga mortífera. Aquello no había hecho más que empezar. Corrí como un desesperado hacia la calle Adolfo Urioste. Mucha gente venía detrás de mí. A nuestro alrededor caían las bombas. El estruendo era atronador. Llovían los cascotes y el polvo y el humo impedían la visión.
... Me levanté y miré hacia el pueblo. La nube de polvo lo ocupaba todo, pero se veían varios incendios. Quería marcharme de ahí; deseaba correr monte arriba y perderme en algún lugar desde el cual no pudiera ver la atroz destrucción que se estaba desatando sobre Gernika. El castigo de Sodoma y Gomorra no pudo ser peor. Pero esta vez, no entendía cuál había sido nuestro pecado.
Bajé de nuevo al pueblo. sin pensarlo, haciendo caso omiso de la destrucción que me rodeaba, me dirigí hacia el mercado. El caos era total. Los edificios de alrededor ardían. Habían caído bombas incendiarias. Los puestos de los vendedores ya no existían. Una vaca gemía en una esquina, abrasada por el fósforo. Por todas partes olía a carne quemada. Los cadáveres estaban irreconocibles, totalmente calcinados.
Algunas personas caminaban entre los escombros con la cabeza baja, parecían fantasmas. Daban vuelta a algunos cadáveres, buscando quizás amigos o familiares. Deambulando, llegué hasta el puesto de los chatarreros. eran una masa oscura, irreconocible. la ola de fuego les había encontrado abrazados.
No pude resistir más, me senté en el suelo y comencé a llorar.
... El bombardeo continuó. Cada veinte minutos, en oleadas de tres aparatos, loa aviones alemanes dejaban caer sus bombas sobre las casas, destruyendo lo poco que quedaba en pie. Ametrallaban a la población civil que huía despavorida, sembrando de muerte y destrucción lo que hasta hacía poco más de una hora era una ciudad floreciente y bulliciosa.
Era un paseo triunfal. Ningún ejército enemigo les contestaba. Algunos soldados dispersos disparaban sus fusiles contra los aviones, pero era lo mismo que si hubieran disparado al sol, o a las estrellas.
Era algo perverso. La infamia más grande que se podía cometer contra el género humano. Gernika pasaría a la historia como el primer ensayo militar de destrucción total contra una población desarmada y sin posibilidad de defensa.
A las seis de la tarde pasó la última oleada de bombardeos. Todo había acabado, pero realmente Gernika terminó unos días atrás, cuando en un despacho de la ciudad de Burgos se reunieron el general Alfredo Kindelán, jefe de las Fuerzas Aéreas nacionales, y el general Hugo Sperrle, comandante en jefe de las fuerzas alemanas en España, para decidir la forma de infringir a los vascos un castigo ejemplar.
Años más tarde, en marzo de 1946, enfrentado al Tribunal de Crímenes de Guerra que le juzgó en la ciudad de Núremberg, el mariscal Herman Goering declaró que ‹‹España me brindó una oportunidad para poner a prueba mi joven Fuerza Aérea, así como para que mis hombres adquirieran experiencia››.
Alarmados ante la repercusión que el bombardeo de Gernika había causado en las principales cancillerías europeas, el Cuartel General de Franco dio el 5 de mayo un comunicado a toda la prensa internacional: ‹‹Guernica no fue bombardeada por mis fuerzas aéreas... Fue incendiada con gasolina por los mismos vascos››.
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