Este es el mar
de los derrotados,
no vengas a sentarte aquí
sobre las rocas
de otros derrotados
de épocas pasadas,
no te mires en su espejo:
no es tu rostro el que sangra,
sino el rostro de tu abuelo.
¿Por qué lo apedreas, niño?
¿Por qué te lanzas
a salvarlo, hombre?
Nada emerge del fondo
porque todo es fondo,
orilla de una sola orilla,
corazón oceánico de lo perdido.
Este es el mar de los derrotados
álgido como el sudor
de los muertos,
llameante como la memoria
de los que van a morir.
Aprende a nadar tus vísceras,
aprende a bracear tu alma.
En ti se adentra
y en ti se desborda.
No existe puente para el héroe
ni remanso para el inocente.
El amor se baña dos veces:
es el mismo mar
y distintas las derrotas.
Este es tu dolor
contra las rocas:
ellas resisten y tu dolor no cesa:
fortaleza sitiada, líquida lanza
contra calcáreo escudo.
Con su lengua de tigre
el dolor desgarra la piel rocosa;
con su hueso pétreo las piedras
quiebran los dientes en espuma.
Algo del dolor se aquieta,
se arremansa:
ejército fatigado,
gálata moribundo
que se apoya en su espada;
algo de las rocas
comienza a fluir:
cadáver de troyano,
sangre mineral, sangre.
El mar sigue
hacia otras batallas;
las rocas permanecen
hasta ser fondo del fondo.
¿Acaso el mar vence
para marchar a su derrota,
acaso en lo profundo
tienen las rocas su victoria?
Este es el mar de los derrotados,
no la laguna Estigia.
Tendrás las ojeras del llanto,
la mejilla de cristiano,
la cara agria del apaleado,
pero adentro serás invencible,
no importa cuánto te hieran,
adentro ninguno te vencerá.
Así que voy por el mundo
fingiendo que el mundo
ha ganado; desde entonces
voy húmedo y frágil
como un recién nacido;
desde entonces
voy jugando al desamparo,
calado por una lluvia
que no es lluvia, sino mar
de los derrotados
que cargo de un día a otro.
Desde entonces soy inmortal,
porque en él solo se ahogan
los que viven de rodillas.