lunes, 7 de noviembre de 2011

CONCORDANCIA



La calle era un mar de silencios,
y había un hueco insomne que desesperaba
a los que en él habían caído
hasta que un día se levantó de repente
una ola, una plegaria, un desespero
porque no podíamos permitir
que se nos fuera asfixiando lentamente.
Allá afuera, parecía no quedar nada más
que las ilusiones enjauladas,
y los compañeros, los amantes, los amigos
que se miraban desconcertados
porque las puertas se cerraban,
estallaban en mil pedazos las oportunidades
y el dinero hacía lo de siempre,
que es arrancarnos de cuajo las venas
para saciarse con nuestra sangre.

De repente nos pusimos a pensar,
nos dimos cuenta uno a uno, por separado,
que si nos escondemos, acabaremos diluidos
entre resignaciones de una muerte
que nos estalla tras el pecho,
asesinados bajo el roce de las sombras
en una burda representación de complicidad
entre los que realmente mandan
y los encargados de poner en práctica
las órdenes a cambio de quedarse con las migajas.
Y ese temblor de indignación
ya no era frío, ni es de hielo,
consiguió que nos reconociéramos
al sabernos maldecidos y nos volvió solidarios
decidió echarnos a la calle como un torrente,
detonando en mil pedazos la conformidad del silencio
tras los espacios que nos ahogaban.

Son malos tiempos donde pululan los traidores
y las mentiras se vuelven cada vez más osadas,
convirtiendo en frío mármol las esperanzas...
Por eso el abrazo solidario descendió
a salvar la piel de los desamparados
del rugir de las entrañas perniciosas,
para vencer al hombre/sistema/bestia
que nos destroza tan cruelmente
y conseguir que dejemos de ser los espectros
resultantes de una fiebre especuladora
que no tiene piedad con nada ni con nadie.
En esa lucha ha de estar también el verso,
convertido hoy en otro grano de arena
que ayudará a levantar la montaña
de la dignidad que todos merecemos.

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