martes, 25 de agosto de 2009

REBELDÍA, CONTRACULTURA Y UNDERGROUND


Es común que los conceptos de underground y contracultura tiendan a confundirse, debido a que éstos poseen algunas similitudes de fondo que los relaciona entre sí. En realidad, el término underground es más amplio que el contracultural. La contracultura viene a ser la concreción cultural de lo que significa el underground, una actitud que recorre los tiempos y traspasa las fronteras, desconfiando siempre de la moral imperante y los poderes públicos, y al mismo tiempo enfatizando la importancia de la libertad individual para elegir una vida alternativa, la solidaridad y la comunión con la naturaleza.
En esta aproximación a las diferencias conceptuales, en primera instancia lo underground es algo más amplio, pues abarca una tendencia que puede darse en cualquier momento histórico, mientras que la contracultura sólo se manifiesta en momentos específicos de la historia, cuando lo underground se materializa, como ocurrió con la cultura hippie de los años sesenta, el paradigma más aceptado como ejemplo de movimiento contracultural.
Así entonces, la contracultura se presenta como algo que está aquí y ahora, que obedece a una época determinada, y que se plantea a modo de antiética, con un estilo de vida en abierta oposición a la cultura dominante. Esta cuestión no está libre de dudas, pues primero habría que definir cuál es la cultura dominante, y luego resolver algunos interrogantes: ¿La contracultura no puede ser tradicional o no puede retomar elementos clásicos?, ¿debe estar la contracultura en el plano de lo nuevo, romper con todo lo comúnmente establecido?
El ingrediente principal de lo underground es la rebeldía, que se materializa en una actitud individual, una postura del individuo frente al sistema dominante que pretende mejorar y hacer más digno al ser humano. Pero este es un concepto siempre frágil en el seno de la sociedad de consumo. De hecho un movimiento que se presenta en un principio como contracultural puede ser absorbido por el sistema y quedarse en una mera exhibición de los símbolos más representativos, perdiendo por el camino su valor antiético.
Lo contracultural cada vez lo tiene más difícil para prosperar, porque el consumismo continuamente nos crea necesidades nuevas para satisfacer y en los medios de comunicación se ofrecen ejemplos cada vez más lamentables de lo que se llega a calificar como rebeldía. Por ejemplo, el de un grupo de jóvenes que se reúne cada fin de semana para irse de juerga y pillar una borrachera. Nada más lejos de la realidad, aunque hechos de esa naturaleza supongan un enfrentamiento las normas establecidas: La auténtica rebeldía lleva implícita una moral que supone un sacrificio: el de poner el hecho individual al servicio de la mejora colectiva y dignificar al ser humano. Ser rebelde es, por tanto, atacar de pensamiento y obra las convenciones sociales creadas por el mercado, la publicidad, la moral religiosa y el orden político.
Por tanto, la contracultura es también política, pues muestra vías alternativas para encontrar soluciones a los problemas e injusticias surgidas al amparo de lo instituido: Es ahí donde supone un verdadero peligro para el sistema, y ese ha sido siempre el nudo gordiano que pocas veces ha llegado a romper. Al final, la rebeldía no significará nada si no llega a concretar una alternativa, tanto en las formas como en el fondo.

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