domingo, 26 de abril de 2009

LOS LIBROS Y LOS DÍAS


Existe un Día del Libro, como existe el del agua, el amor, el árbol, o el sida... En el fondo, con estas conmemoraciones lo que venimos a expresar es un aviso y una reivindicación: Advertimos de un bien escasamente valorado, con graves problemas de concienciación social, o tan frágil que está a punto de desaparición (en el fondo todo está relacionado). Como señal de alarma está bien, pero los libros no son cuestión de un día, pues trasponen cualquier límite en el tiempo. Idénticas cualidades podemos encontrar en uno escrito hace siglos, que en la última novedad editorial lanzada al mercado.
Parece de Perogrullo, pero los libros necesitan lectores. Y la afición por la lectura no surge por una serie de actividades realizadas de forma aislada un determinado día del año, aunque se emitan informaciones de las mismas por los medios de comunicación. Al contrario, todos los trabajos sociológicos indican que es una labor paciente que ha de nacer en la infancia, desarrollarse tenazmente en nuestros primeros años, y haber echado raíces antes de la adolescencia. Sólo así habremos interiorizado que el acto de leer contribuye decisivamente a desarrollar nuestra imaginación y capacidad de análisis, y los libros se convertirán en el amigo fiel que nos aportará el grado de sensibilidad necesario para hacerle frente a los interrogantes que el transcurrir de la vida nos irá ocasionando.
Entre mis mejores recuerdos de la infancia están las horas inmersas en los libros, descubriendo mundos ya desaparecidos, personajes que me llenaban de admiración, y hechos que se convertían en ejemplo a imitar a la primera oportunidad que se tuviera... Leer contribuyó a la felicidad de mi infancia y a formarme como persona. Aún regresan esas sensaciones cuando vuelven a mis manos algunos de aquellos viejos libros que se conservan como un tesoro entre lo más querido de mi biblioteca.
No creo que esté en peligro la afición por la lectura, como desde algunos sectores advierten repetidamente. Pero si que se me disparan todas las señales de aviso ante lo que puede considerarse un cambio sociológico ante el hecho en sí de leer. Estamos construyendo la sociedad de la superficialidad y la velocidad, en los análisis y ante los contenidos. Lo que hoy se considera un hecho transcendente, mañana habrá dejado de interesar a la mayoría. Y leer, como todo acto que entrañe placer es un acto de paciencia, parsimonia y abstracción. Seguramente estarán aumentando los índices de lectura, pero el problema es saber en qué condiciones y de qué manera se lee. Me temo que el esfuerzo que se está haciendo desde las escuelas en este sentido tiene unas cuantas batallas perdidas ante las nuevas posibilidades tecnológicas de ocio y la nefasta influencia cultural y educativa que suponen la televisión y el concepto de cultura que emana de las decisiones de nuestros gobernantes. Ese es el verdadero peligro, y ahí está la reflexión que habríamos de hacer en el Día del Libro.

No hay comentarios: