martes, 20 de noviembre de 2007

HASTA EL GORRO DE TANTA ENCUESTA


Supongo que las empresas de demoscopia también tendrán derecho a la existencia. Pero el que esto suscribe empieza a estar un poco harto de tanta majadería innecesaria, con preguntas estúpidas en encuestas que a nadie interesan, que seguramente acabarán en informes que nadie lee y que se harán públicos en noticias de las que pasa todo el mundo: Te llaman a casa sin ningún pudor a la hora de la siesta o te paran por la calle cuando más prisa tienes, para hacerte preguntas extravagantes sobre temas en los que nunca piensas, dando por hecho que has meditado profundamente sobre algo que no forma parte de tus preocupaciones cotidianas. Imagino que alguien tuvo la brillante idea de creer que la democracia participativa era eso: Así la administración o las empresas dan la impresión a sus votantes o clientes de que sus opiniones valen para algo, cuando en realidad sospecho que a pesar de tanta pregunta seguimos siendo lo que siempre hemos sido: Unos ceros a la izquierda que importan solamente para ir a votar o a quemar las pestañas de la tarjeta de crédito.
Viene esto a colación porque en los últimos días ha llegado hasta mis asombradas neuronas que en un hospital público destinado a enfermos crónicos se estaba pasando a los sufridos pacientes un cuestionario en el que se les preguntaba sobre sus creencias en materia de religión y la frecuencia en que asistían a celebraciones relacionadas con ella. La cosa, como desgraciadamente suele pasar demasiadas veces, quedó en mera anécdota cuando los responsables del centro médico aclararon que se había producido un error, ya que a idea original sobre la encuesta había partido de las autoridades sanitarias en Estados Unidos y lo que era un mamotreto de 400 preguntas, aquí se acabó “simplificando”, dejándolo solamente en 265 y las relacionadas con la materia religiosa no deberían haber aparecido porque habían sido las primeras en eliminarse.
La cuestión nos aporta nuevos datos reveladores de la obsesión yanqui por la religión, la lamentable correlación entre ciencia y teología que les azota, o el supuesto consuelo que pueda aportar la fe para sobrellevar la carga de una enfermedad al paciente o sus familiares. Pero al haberse descartado, la reflexión consecuente ha de ir por otro camino: El de las malditas encuestas y las molestias que se causa con ellos a la gente. Me pregunto a qué mente maquiavélica se le pudo haber ocurrido la brillante idea de que podría resultar interesante hacer pasar a los pacientes de un hospital de crónicos un cuestionario con ¡265 preguntas!, que habría de contestar para, supuestamente ayudar a mejorar el sistema de salud.
Sufrido paciente, sí. Que palabra más reveladora si hablamos del tema de la sanidad. Paciencia hay que tener porque estás enfermo –eso resulta inevitable-, pero más paciente se ha de ser cuando caes en las intrincadas redes de la sanidad pública. Para haber llegado a la habitación del hospital, has debido pasar por las manos de tu médico de cabecera, el especialista, una primera consulta ya en el propio centro, las pruebas que cada uno te ha mandado hacer, la interminable lista de espera que puede demorarse meses... Y dando gracias por seguir vivo, y que en todo el proceso no haya habido un diagnóstico equivocado. Resulta que ingresas estando ya hasta el gorro de la enfermedad, los médicos, el Ministro y el Consejero del ramo, y hasta de todo el que se te ponga por delante... Pues aún quedaría una última tortura: el de la dichosa encuestita, claro.
Se supone que gente habrá a la que se le estará pagando un buen sueldo para que resuelva los males sanitarios. Como si no supiéramos todos cuales son... Para solucionarlos no hacen falta preguntas, sino acertar de una endemoniada vez con las respuestas que todos demandamos. Y ya que estamos, podríamos incluso exigir dejar de ser meros números para estas mentes pensantes, al menos cuando por desgracia nos hayamos visto en la necesidad de ingresar en un hospital de enfermos crónicos.

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