miércoles, 7 de noviembre de 2007

EL PATIO TRASERO

Imagen: Los cinco extraños, óleo de Ives Tanguy
Se consideraba un hombre afortunado. Bajo la ventana de su dormitorio habitaba el mar. Cada noche se dormía con un rumor de olas, y lo primero que hacía al levantarse era permitir que el sol y el aire marino penetrasen a raudales por las cuatro esquinas de su chalet. Le gustaba explicar que tenía un patio trasero único, y que su hogar no podría comprarse con todo el oro del mundo. Incluso aprovechó una gruta natural en la que penetraba el agua para construirse una piscina, que conectó directamente con la casa. Nunca había reparado en gastos, y mucho menos iba a hacerlo en este tema, tratándose de su hogar. Tuvo en su momento problemas con la administración por no respetar la Ley de Costas en lo referente a la prohibición de construir cerca de la orilla, pero le daba igual: No iba a permitir que ningún funcionario metiera las narices en su vida. Eso quedaba para la plebe, pero nunca con los de su condición... Además, sabiendo untar con un poco de pasta a las personas adecuadas se podía conseguir que se volvieran ciegas, sordas y mudas.
Las aguas al principio se sentían un poco cohibidas con su presencia, pero poco a poco fueron ganando en confianza. Hasta que un día decidieron hacerle una visita: La inundación llegó hasta el segundo piso. Cuando al fin pudieron rescatarlo en un helicóptero, llevaba dos días encaramado en el techo de la vivienda. Cuando el aparato se alejaba, con él tiritando sin cesar dentro, no dejaba de repetir la letanía de que el maldito mar ya no era santo de su devoción: Su fantástico chalet estaba habitado ahora por zalemas, sargos, pulpos y cangrejos. Definitivamente el campo también podría ser un buen lugar para vivir..., siempre y cuando no hubiese un río cerca. Por lo visto la naturaleza no entiende mucho de clases sociales.
- ¡Jodidos ecologistas, como los odiaba...!

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