miércoles, 1 de agosto de 2007

ESPANTO

Imagen de satélite donde puede verse el humo del incendio de Tenerife
Parece que los incendios empiezan a ser controlados, y el previsible descenso en la temperatura y la fuerza del viento en las próximas horas, invitan al optimismo. Pero el balance es tan terrible que sobrecoge de espanto. En Tenerife se ha quemado un tercio de la masa forestal de la isla. El perímetro del fuego ha llegado a los 71 kilómetros y la superficie afectada se calcula en torno a las 14.500 hectáreas, aunque aún está por comprobar si dentro de ese perímetro hay zonas que podrían haber quedado a salvo, como islas verdes en una inmensa y terrible masa oscura. Miles de evacuados, zonas de alto valor ecológico y patrimonial quemadas... Quizás el balance provisional no pueda conocerse del todo hasta pasados unos días, pero hay que meditar seriamente cuanto antes sobre lo que ha ocurrido.
El primer dato para el análisis es sobre el lugar donde se inició el incendio. Fuentes bien informadas aseguran que en los últimos años se han producido en esa zona más de cien conatos de fuegos provocados, el último hacía no más de veinticuatro horas. A ese ritmo, sólo había que esperar para que la tragedia se hiciese realidad. ¿Cómo puede ser esto? ¿No hay manera de descubrir y poner fuera de la circulación al pirómano? Ya le hemos dado la satisfacción de convertirse en el causante de la mayor catástrofe forestal de Tenerife. Y sigue libre. ¿Hasta que llegue el próximo verano y comience de nuevo con sus actividades de todos los años?
Es evidente la directa culpabilidad de este personaje, ¿pero no hay más? ¿El resto queda solamente para la mala suerte y las condiciones climatológicas como razones para perder la batalla contra el fuego? Se dice que los incendios forestales del verano se ganan en invierno. No hay mayor verdad que esa.
Por un lado está la responsabilidad individual de cada uno. Es para echarse a temblar cuando se contempla como la gente se acerca alegremente al monte a pasar el día, precisamente cuando las condiciones ambientales son de máximo riesgo de incendio. Si cuando nieva se cortan las carreteras y se impide el acceso público a determinadas zonas para evitar riesgos personales, la pregunta es la razón por la que no puede hacerse algo similar en verano. Por muchas campañas de concienciación que se realicen, siempre habrá alguien con la tentación de asar la chuleta de turno. En esos días, el que quiera pasar una jornada festiva, que se vaya a la playa.
Por otro lado está el problema de la conservación de nuestros montes. Actividades antes tradicionales, como la recogida de la pinocha (hojas de pino secas) que se acumula en los suelos, ha sido prohibida para evitar gente incontrolada que pueda causar daño en el bosque. Pero la desidia hace que se acumule y quede convertida en el combustible que transformará el conato en tragedia.
Ante el espectáculo de las laderas calcinadas, los barrancos carbonizados, las casas a las que sus vecinos ya nunca podrán volver..., las responsabilidades no pueden hacerse humo. Apelar a la comprensión de ciudadanos aturdidos, desesperados, agotados por una lucha sin desmayo contra el fuego en estos tres días que se han hecho eternos no es suficiente. El valor que han demostrado los voluntarios, los especialistas de medio ambiente, los pilotos de helicópteros y aviones, bomberos, militares..., ha sido y está siendo excepcional. Descansar, dormir, no ha sido una opción durante muchas horas.
Ahora que parece que empiezan a ver los frutos, que están ganando la batalla a tan cruel enemigo, su esfuerzo no puede caer en saco roto. Llega el momento de tomar unas cuantas decisiones a nivel político, de dar respuesta a los verdaderos peligros que nos acechan. Nunca más algo así. No nos lo podemos permitir.



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