De la mano de su padre, el niño espera en el semáforo. Muñeco rojo, no pasar. Muñeco verde, sí pasar.
Le gusta ver cómo el muñeco verde acelera el paso paulatinamente a medida que transcurren los treinta segundos y, sobre todo, cómo corre en los últimos cuatro. Ahí empieza la carrera, y el niño siempre gana entre risas al muñeco verde. Ocurre al menos dos veces al día, en el trayecto de ida y vuelta de la guardería, y no pasa de ser un juego inocente. Pero el muñeco verde no perdona. Medio siglo después una furgoneta le ayudará en la revancha.

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