jueves, 16 de octubre de 2025

POESÍA: PALESTINOS


A veces,

cuando recuerdo a mis hijas 

solo con un par de añitos

sentadas en su trona

relamiéndose 

mientras pedían más comida

y podíamos abrir una nevera 

cuya electricidad 

nadie había cortado

y sacar cualquier otro alimento

que ningún ejército 

paró en ningún puerto

ni ninguna frontera,

y veíamos aquella 

transparente alegría

al comprobar, sencillamente,

que sus hambres

pertenecían a la vida

porque podían ser saciadas... 

Respiro feliz y agradecido,

porque imagino lo que pesan,

las hambres que no huelen a vida,

sino a su contrario, 

que no es la muerte:

es la deliberada violencia 

del más fuerte

robando entrañas,

aire,

futuro,

presente:

madres

de Palestina,

llegamos 77 años tarde.

Alguien debería aclarar

al sionismo

que la Torá era lenguaje simbólico,

no un contrato inmobiliario.

Los sueños de pureza

para poder cumplirse,

como la realidad es siempre diversa,

tienen como requisito la violencia.

(Nacionalistas de cualquier lugar:

si tu sueño requiere que alguien

deje de estar donde está

siendo quien es,

búscate un sueño mejor.)

El colonialismo es

un Alzheimer colectivo.

Fuera de las cámaras, 

en un teatro de sombras,

el Imperio financia a los terroristas

cuya violencia usará para vestir

un genocidio de legítima defensa

y así en TV

lo llamarán “guerra”.

El colonialismo, 

un Alzheimer selectivo,

borrando cual Ministerio 

de la Verdad Distópica

cualquier sueño posible 

de pan-africanismo,

pan-arabismo,

una Palestina libre 

es más que justicia:

es posibilidad de vivir 

más allá del Imperio,

un desgarro 

en su imperante narrativa,

un “sí” colectivo a un sueño

incompatible con su pesadilla.

Y sí, lo confieso, necesito

teorizar para protegerme

del dolor del pueblo 

que lleva enseñando vida

a quienes damos 

la nuestra por sentada,

la comodidad de ser blanca,

el tiempo se acaba,

qué hemos hecho 

con nuestra obligación

de exigir respeto

por los derechos humanos

salimos a la calle, reposteamos,

abrimos la nevera, servimos

un trozo más de queso y ojalá 

las quejas de nuestros hijos 

abrieran el paso

a la ayuda humanitaria,

aceleraran el consenso 

para cada boicot,

y devolvieran la vida 

a 18.000 niños y niñas,

basta,

basta ya de Imperio 

en contra de la vida,

me niego a sucumbir a esta 

erosión de la empatía,

a la mentira de una paz

muy lejos de ser real, 

no pienso dejar

de hablar

de los palestinos

y de exigir que se haga realidad

el ansia de un estado

al que tienen derecho. 

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