Que los dioses protejan
a los enamorados.
Míralos, a merced
de los malentendidos,
los celos y las horas muertas.
Son tan indefensos,
a veces parecen
pollos sin cabeza.
No permitan que se pierdan
en la corriente de los años.
Deben socorrerlos
de los días sin canciones,
de los pensamientos sobre
la oscuridad por venir,
de las frases como:
“lo mejor sería no vernos más”,
y de las palabras que se deshacen
efervescentes
en la punta de la lengua.
Que los dioses les enseñen,
a desafiar la gravedad,
el temblor y el ruido
de las camas clandestinas.
Que les concedan
tiempo y espacio
en los baños
de las casas ajenas
y en los rincones
de las plazas en ruinas.
A veces sienten
que su dolor no tiene oídos,
que se topan con el Apocalipsis
en cada calle.
Han de hacerles comprender
que no hay mapas,
tampoco caminos.
Son tan indefensos
como yo mismo lo he sido,
por eso sé de lo que hablo.
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